Día de la remembranza trans: La necedad de la esperanza
Tenemos que encontrar la esperanza, por nosotrxs, por lxs que vienen. Por todxs lxs que el odio ha asesinado
Es 20 de noviembre, Día de la Remembranza Trans. Es el día en el que las comunidades trans toman las calles y las redes y hacen memoriales para todas las personas trans que han muerto: que han sido asesinadas por el odio, que se han quitado la vida por una sociedad que nos quita la dignidad y la identidad, que se han visto forzadas a vivir en la oscuridad y sobreviven ocultándose hasta de sí mismxs.
Es 20 de noviembre del 2023 y hace una semana asesinaron en su propia casa a Ociel Baena y a Dorian Nieves. Han sido siete días de revictimización y violencia transfóbica en medios y por autoridades, que siguen “filtrando” fotografías de sus cuerpos y justifican sus prejuicios con narrativas que se alimentan de su propio odio y nada más.
Es 20 de noviembre, y hace 24 horas fui abrazade y alimentade por mis amigues trans. Ayer, decidimos no jugar nuestra campaña de D&D y lloramos y respiramos bien hondo. Y nos reímos y jugamos papelitos. “Si este mundo no fuera tan mierda, si fuera la utopía por la que luchamos, ¿serían trans?”, preguntó une y todxs respondimos de inmediato que sí. Estábamos cansadxs, hartxs, adoloridxs y enfermxs, pero pudimos construir ese espacio nuestro y abrazar ese pedacito de cariño que tenemos intacto todavía.
Es 20 de noviembre y estoy en una oficina en la que sé que soy objeto de burlas y señalamientos, en las que puedo contar con una mano las personas que respetan mi identidad. En una empresa propiedad de uno de los más visibles transfóbicos del país, que no desaprovechó el asesinato de Ociel para reírse de elle y de todxs nosotrxs. Otra vez.
Este 20 de noviembre, llevo pensando toda la semana cómo construimos nuestras historias más allá del trauma, del dolor y del cansancio. Y sigo sin encontrar una respuesta.
La remembranza y la esperanza
La esperanza es esa cosa con plumas, escribió Emily Dickinson. Esa cosa que vuela pero es abjecta, que puede empujarnos para construir un futuro posible, pero que también nos puede alejar del presente y alienarnos de lo que se tiene que hacer ahora. La esperanza se tiene que dosificar con cuidado y estar la informando todo el tiempo: debe ser lo suficientemente fuerte para levantarnos en medio de nuestros más profundos dolores y duelos, pero tiene que cabernos en la mano y en el pecho, para que seamos conscientes de sus (nuestros) propios límites.
Se vuelve a nombrar para que los recuerdos no se pierdan, para que la memoria no se borre y para que ese dolor y ese vacío que llenamos con amor y llanto sean bases para un futuro que no sabemos si nos tocará vivir, pero que vamos pensando y armando abrazo por abrazo y lágrima por lágrima.
Nombramos a quienes no están en espera de una justicia que sabemos que no vendrá del Estado; nombramos nuestras causas, perdidas en oficinas de gobierno, arrumbadas en medios, nombramos nuestros nombres, ignorados y objetos de burla. Nos nombramos y, al nombrarnos, nos hacemos visibles, luchamos por esa visibilidad que, también, sabemos que puede costarnos la vida y que hace difícil sobrevivir cada día.
Tenemos esperanza en un mundo en el que podamos vivir lo más sencillo: vivir un día sin ser confrontadxs, sin preocuparnos por cómo somos leídxs y cómo esa mirada ajena nos roba un día de euforia. Un trabajo que sea un espacio seguro, una educación que no implique pelear cada clase por el respeto a nuestra identidad y nuestra dignidad. Un viaje sin que tengamos miedo de ser detenidxs y violentadxs porque nuestro nombre no es el que está en documentos que el Estado se niega a actualizar. Leer noticias sin que nuestra identidad sea una burla, sin que veamos por décima vez a un político explotar el odio para ganar votos para un puesto en el que no hará nada a favor de nadie más que de sí mismo.
Nuestra “utopía” es su día a día. Nuestra esperanza es su cotidianeidad.
Pero sí hay esperanza: la vamos construyendo
Trato de huir lo más posible de los lugares comunes, pero lo son por algo. Construimos los caminos para nosotrxs siguiendo los pasos de tantxs que no llegaron tan lejos pero nos enseñaron cómo hacerlo. Seguimos pasos de otras personas que no se nombraban como nosotrans, pero que vivían como nosotrans, que tejían redes y rompían ese edificio del cissexismo y del Estado.
Estamos construyendo el camino para no tropezarnos, y junto y detrás de nosotrxs vienen infancias y adolescencias que no están viviendo el dolor y la violencia que nos tocó. Están viviendo esa adolescencia y esa infancia como quieren vivirla: disfrutan vivirla y ellxs, también, están construyendo esos caminos con sus familias, elegidas y legales.
Este mundo no es el mismo para ellxs. Este mundo, con toda su crueldad, con toda su intención de borrarnos, no va a poder con ellxs.
Para ellxs, junto con nosotrxs, tenemos una obligación: vivir felices, que nuestra risa sea nuestra consigna, y que abrazarnos un domingo después de tantos días de llanto sea la norma.
Aquí está la resistencia trans.