El espacio en el que (no) se es(tá)
Cómo decidir no encajar se convierte, luego, en un problema de dónde se es y dónde se está
A veces, siento que ser yo, que estar siendo yo, es como ese tiempo en pausa que es el metro: un no-espacio en un no-tiempo que sólo existe en correlación con lo que no es (destino, la hora de llegada). El metro, la gente que nos rodea en él, todo existe en relación a otra cosa: no son espacios que vivamos, sino espacios que utilizamos y a través de los cuales recorremos otros espacios no visibles. A veces, especialmente en medio de oleadas de discurso nbfóbico, ser se siente más como ese espacio que sólo existe en contraposición de los objetivos que otres tienen sobre ti. Y es tan cansado.
Crecer siendo diferente en lugares altamente violentos te obliga a adaptarte, a leer un cuarto, un grupo o a una persona tan pronto como les conoces, identificar posibles amenazas y rutas de escape en caso de que sea necesario. Te obliga a borrarte en el fondo de la fotografía, mientras que vives preocupade de que alguien ponga mucha atención.
Creces, pues, aprendiendo a no-ser: no ser un estorbo, no ser suficiente, no ser una amenaza, no ser visible, no estar presente, no escuchar lo que dicen de ti, no saber qué está pasando con tu cuerpo, con tu identidad, con lo que quieres ser cuando crezcas (porque estás creciendo). Creces y, en el aprender a no-ser, terminas, también, cuestionando todo lo que ves que los demás son, todo lo que pueden ser, todo lo que no eres.
Muy pronto ubiqué qué tan importante ha sido para mí el encajar en esos espacios, en todas mis relaciones. No-ser siendo un ideal imposible de sostener, no-estar buscando siempre estar huyendo, preocupade de que alguien, cualquiera en cualquier momento, se diera cuenta de la farsa y revelara que detrás de esa farsa no había nada.
Siempre que preguntan qué es ‘ser no binarie’ necesitamos partir del no: dentro de un sistema del binario sexogenérico, estar fuera de él, o nombrarse fuera de él es no-estar y, por tanto, necesitamos tomar ese no-ser dentro y no ser norma para explicarnos. Y en el proceso, pareciera que quienes nos escuchan no lo hacen — cuántos noes.
Cuando escribí mi salida del clóset, en marzo de este año, escribía que decidía no encajar más, pero creo que necesito ser un poco más específique: me decido ya no tratar de encajar, de perderme en el fondo y de ser invisible. Lo que no había tomado en cuenta, seis meses antes, es dónde encajo, entonces, qué espacios son los que puedo llamar seguros y qué puede ser de mi propio crecimiento en un trabajo que, por ejemplo, requiere forzosamente aceptar y sonreírle a “bromas” y comentarios agresivos disfrazados de “notas cliqueras”.
Llevo todo lo que va del año pensando y repensando qué significa para mí ser una persona no binaria, qué me identifica como tal y qué implica serlo en una sociedad que apenas se va “haciendo a la idea” de que existimos como algo nombrable. Luego explotó el acoso contra Andra y el “seguimiento” que decenas de medios hicieron del caso, las burlas, los memes y las oportunidades para que miles de personas decidieran “dar su opinión” sobre mi propia existencia.
Es difícil dimensionar cómo impactan este tipo de casos en cada une de nosotres. Las personas nb (y trans) con las que estuve en contacto esa primera semana estábamos de acuerdo en que ver el video, pero sobre todo ver los comentarios en redes, los memes y esas “opiniones” nos llevaron a recordar momentos difíciles de acoso, hostigamiento y violencias. A veces, pareciera, ser cuir es sobrevivir y revivir el trauma de meramente ser.
El acoso, doxxeo y agresiones contra Andra nos consolidó: muches nos hablamos por primera vez, escuchamos nuestras voces más allá de leernos en redes, e incluso nos ha dado la oportunidad de buscar alianzas y organización más allá de los espacios digitales que, por la pandemia, nos complicaba formas de encontrarnos.
El caso de Andra — a quien todavía se refieren como “le compañere” en tono de burla los medios que buscan revivir clicks casi dos meses después de que ocurrió—nos puso en el centro de una discusión que no esperábamos: la visibilización forzada y sólo como burla. En mi caso, que mi trabajo es monitorear medios, fueron tres semanas casi imposibles: recordatorios constantes de que mi identidad es un chiste para la mayoría de la gente, y que esos chistes los podría estar haciendo mi familia, con quienes no hablo desde que salí del clóset.
En su prólogo a Un apartamento en Urano, Paul B. Preciado escribe cómo transcionar es, en sí mismo un no-momento: es un viaje, un proceso que no concluye que no va hacia ningún lado y que es, en sí mismo, un ejercicio de reapropiación corporal, sí, pero también de alienación de todo el statu quo que había dado sentido a buena parte de cómo entendíamos el mundo.
Este texto tardó tanto en armarse (en irse armando, más bien), porque no podía salir de las fronteras de la identidad: apenas estaba nombrándome, apenas tenía los primeros ejercicios de reconocerme dentro de un espacio y esas etiquetas se amoldan muy bien para esos primeros pasos. Por años sabía que tenía una relación con las disidencias: me sentía mucho más cómode entre amix que tampoco se acomodaban en esos espacios predeterminados, pero no sabía y no sabía y no sabía si ser “diferente” era suficiente para formar parte de una identidad colectiva.
Este texto tardó muchísimo en conformarse, porque tenía que dejar de pensar, también, en espacios encajonados. Sofía J. Poiré lo escribe mucho, mucho mejor en un largo hilo sobre identidad y ser:
Sofía J. Poiré 💜💚💖 on Twitter: "Ya no me gusta pensar en identidades.Se ha vuelto súper complicado comunicar respecto a ellas, cada quien las significa como quiere y luego las comparte al mundo para ver si el mundo las entiende como elles.Prefiero pensar en cómo resistimos (o no) a las normas y cuáles. / Twitter"
Ya no me gusta pensar en identidades.Se ha vuelto súper complicado comunicar respecto a ellas, cada quien las significa como quiere y luego las comparte al mundo para ver si el mundo las entiende como elles.Prefiero pensar en cómo resistimos (o no) a las normas y cuáles.
En no pocas ocasiones, y en perfiles de gente que consideraba cercana y “aliada” (con todo y lo problemática y ruidosa y a veces roñosa que resulta esa palabra), vi posteado un meme pasivoagresivo que se burlaba de la no-binariedad: no puedes decirte no binario sin binarizar ese nuevo sistema sexogenérico.
Es el mismo template que se usa para burlarse de consignas feministas, el mismo que utilizan páginas de memes transfóbicos para burlarse de posturas transincluyentes: señalar algo que podría parecer una contradicción y creer que con eso, sólo con ese argumento, ya se ganó algo, se tumbó una conversación y se canceló un debate.
No voy a entrarle (ahorita) a cómo los memes son un vehículo fantástico para la diseminación del discurso de odio. En lo que sí voy a entrar es en la forma como este meme falla: la replicación de lógicas de binarización y exclusión uno-otro.
Vaya, lo digo como broma y no: dentro del colectivo LGBT+, estoy en el +, junto con muchas otras disidencias sexo-genéricas. Dentro de las disidencias de género, mis privilegios me colocan fuera de muchísimas experiencias de exclusión de una persona no binaria pobre, o una mujer trans racializada. Las “nubes de opresión”, como las ha llamado Yasnaya Aguilar, nos contraponen ante el cistema, pero es esta organización y es este trabajo de cuestionamiento, organización y reapropiación de narrativas lo que nos coloca, ahora sí, en un espacio construido por nosotres, sostenido por nosotres, en el que por fin podemos caber y por fin podemos vernos y reconocernos.
Tiene casi un año que veo a los nísperos en los camellones de Periférico: esos arbolitos feos, con frutos poco conocidos que sólo florean para el smog, en un espacio que está para no ser usado, que está para no ser.
Tiene un año, en el que veo en esos nísperos, a pesar de todo, la resistencia y la urgencia de vivir y de florecer plenamente que quisiera para mí, aún en un no-espacio en el que todas las dudas de mi vida se han agrupado.