Furrxs, escuelas y falsedades: cómo los medios replican armas de odio como notas "virales"
Cómo una nota construida a partir de rumores comprobablemente falsos y con el objetivo de atacar reformas inclusivas en la educación en Australia se convirtió en una nota "viral" en México
¿Qué tienen en común lxs furrxs, El Universal y el ataque constante a los derechos de las personas trans (y, en general, los de la población LGBT+)? La desinformación y la absoluta irresponsabilidad de los medios mexicanos para cubrir temas digitales y de derechos humanos.
Espera, en serio ¿qué tienen que ver?
Antes de explicar qué está pasando detrás de estas notas falsas, platiquemos un poquito de qué están “reportando”: en agosto del 2022, El Universal publicó la nota “La niña de Australia que se identifica como gato y en el colegio apoyan su ‘comportamiento animal’”, y ni es necesario ampliar en lo que “reporta”, porque el título lo contiene todo.
En la nota sólo mencionan algo cercano a un “hecho”, y es que todo ocurrió, aparentemente, en Melbourne, Australia. Fuera de eso, no hay más información sobre qué escuela, alguna explicación del colegio, nada: simplemente una breve descripción de qué son los furries.
La pieza fue retomada por varios medios, pero Erizos se lleva las palmas porque los cambios editoriales que le hicieron a la nota ya de por sí falsa de El Universal nos servirán de ejemplo perfecto para hablar sobre qué ocurre con la “viralización” de bulos transfóbicos producidos para y contra contextos políticos y culturales específicos.
La anécdota detrás de la nota ha recirculado en medios amarillistas en Australia por lo menos desde 2018, de acuerdo a múltiples organizaciones de monitoreo mediático. Sin embargo, regresa cada cierto tiempo, especialmente cuando los derechos de personas trans están en la discusión general.
Incluso en secciones “chistosas” de medios nacionales australianos se han burlado de estos periódicos y medios digitales de extrema derecha que se valen de pánicos morales para atraer lectores y empujar discursos y políticas públicas.
Toda esta información se puede encontrar fácilmente en Internet, pero ni redactores ni editores buscan más información sobre las piezas que arman para medios en los que El Universal y Erizos no son los únicos culpables.
Desinformación: qué es y por qué urge entenderla
En un contexto global de desgaste mediático y político de los derechos de las personas trans y no binarias y con la absoluta desconexión de las redacciones digitales sobre las propias dinámicas y matices político-ideológicos de las redes sociales, es cada vez más recurrente ver noticias falsas en medios nacionales que han sido desmentidas una y otra y otra vez en sus países de origen.
Estas “fake news” forman parte de campañas de desinformación con agendas específicas en esos países: a veces se activan para desviar la discusión en redes, a veces para justificar medidas políticas puntuales, sin embargo rebasan esos países de origen y son retomadas, a veces con la misma agenda, a veces desarticuladas de ella pero replicando discursos anti-derechos cristalizados en toda la sociedad.
Hay algo que rechina cuando decimos “noticias falsas”, “fake news” o, en su vertiente mexicana, “infodemia”, y es que un término que bien pudo ser útil cuando empezamos a ser conscientes del fenómeno digital de esta información falsa, desde hace ya mucho tiempo es más un arma política para demeritar y hacer a un lado el trabajo periodístico (a veces serio, a veces no tanto) desde las posiciones de poder.
Es por eso que, en vez de “noticias falsas”, en la crítica de medios preferimos el uso de los términos desinformación, misinformación y malinformación:
Desinformación es el tipo de notas, memes y posteos en redes sociales que tienen una intención política y social explícita: desincentivar el voto en unas elecciones, desviar la discusión sobre derechos trans… Para su éxito, se valen de campañas inorgánicas coordinadas para inundar las redes sociales y crear la apariencia de consenso. Por lo general replican miedos y ansiedades específicas sobre temas sociales y políticos ya existentes en el discurso social (el miedo a las vacunas, la “preocupación” por las “denuncias falsas” de acoso sexual, etc), pues no es necesario construir narrativas nuevas, sino armamentar las ya existentes.
Misinformación se refiere a la información falaz o engañosa compartida sin intención ni agenda: ya sea un video de un rescate en un terremoto que no corresponde al ocurrido o una nota viral desmentida posteriormente. Mis y desinformación son fenómenos que se alimentan mutuamente y se nutren ç
de un sistema de manipulación informativa formado desde el origen del periodismo; sin embargo, la misinformación tiene un elemento más personalizado: si un familiar te envía por WhatsApp una “recomendación” médica de tomar agua con limón para evitar el cáncer, sabes que no hay una agenda política o social detrás de su mensaje, pero, al mismo tiempo, sabes también que la información médica falaz alimenta estafadores y charlatanes que explotan las ansiedades profundas de las personas en necesidad.
Malinformación, por otro lado, es un término que se ha utilizado para encontrar una mejor forma de nombrar lo que antes denominábamos propaganda. Esta información, además de tener objetivos específicos, puede poner en riesgo la vida de grupos humanos completos: propaganda de guerra, discurso de odio contra grupos vulnerados y desinformación específica alrededor del COVID-19, han sido catalogados como malinformación.
Cuando presentamos estos términos como descripciones o como entradas en un diccionario, podría parecernos evidente que todxs somos capaces de distinguir entre cada uno de ellos y la información “objetiva y veraz”. En múltiples ocasiones, y a través de muchos estudios, se ha comprobado la facilidad con la que todxs somos vulnerables: esta información nos atraviesa no en la racionalidad, sino en las emociones.
Por mucho que un influencer de extrema derecha como Ben Shapiro insista que “los hechos no se preocupan por tus emociones”, lo cierto es que procesamos el mundo a través de ellas: hasta los datos y las “verdades” que creemos universales se cristalizan en nuestras mentes por cómo las hemos internalizado social y personalmente. Y ese es, justamente, el elemento que los grupos de odio armamentan (y el que los medios mexicanos deciden ignorar).
La “viralización” del odio
Hay una bomba de tiempo en todas las redacciones digitales en América Latina: en pos de construir audiencias y crecer sus KPIs, la gran mayoría de los medios han recurrido a la redacción de notas “virales”: esto no es nuevo, y ha sido una dinámica constante en el periodismo desde sus comienzos. Lo que sí es nuevo, es que estos mismos medios tienen que competir por la atención de sus audiencias en un ecosistema que los coloca en el mismo nivel que creadores de contenido independientes.
Esta carrera hacia abajo por atención, particularmente en el contexto latinoamericano, se ha traducido en el constante desgaste de estándares periodísticos y criterios editoriales: en vez de que medios gigantes como Milenio, El Universal o Televisa generen contenido de calidad que informe a una población que constantemente consume noticias, la apuesta ha sido por aumentar exponencialmente la oferta de “contenido”, borrando en el proceso cualquier estándar editorial o protocolos de publicación.
Las dinámicas de replicación de desinformación son parte intrínseca de cómo operan hoy los medios: gracias a herramientas de monitoreo de tendencias de búsqueda y alcance en redes sociales, están retomando más y más notas y campañas de desinformación extranjeras y, con ello, replican e “importan” guerras culturales que vivían sólo en los márgenes del Internet.
Ya sean protocolos actualizados para nombrar a personas gestantes, una película que tiene la osadía de poner como protagonista a una persona de color o un beso lésbico de tres segundos en el fondo, la urgencia de generar contenido altamente polémico ha normalizado discursos que en otras partes del mundo ya marcan la agenda política desde, por lo menos, el 2016.
Los medios latinoamericanos retiran el contexto social y político en el que estas notas y “debates” se desarrollan y las convierten en notas virales sobre las cosas “raras” que pasan en primer mundo, y tienen el mismo tratamiento editorial que una nota sobre un tiktok de perritos o cómo tramitar la licencia de conducir.
No hay ni interés ni necesidad para estos medios en cubrir de forma responsable cualquier tema trans o LGBT+: sin mecanismos de responsabilidad frente a las audiencias, sin autoridades con capacidad para ejecutar acciones directas y con la “evidencia” de los números de visitas y alcance que les dejan, no hay ningún incentivo para que dejen de generarlas.
Esto, en consecuencia, normaliza el discurso de odio que contienen, sesga la discusión ya de por sí complicada sobre los derechos básicos de los grupos vulnerados, y permite la aparición de personajes públicos con agendas de odio.
La desinformación engendra monstruos: América Rangel y la importación del odio
El pasado 9 de febrero, la diputada local de la CDMX por el Partido Acción Nacional presentó una iniciativa de ley que replica las más de 300 leyes actualmente en discusión en los congresos estatales en los Estados Unidos: un bloqueo a los tratamientos de reafirmación de género en infancias y la críminalización del personal médico que “participe" en proveer dichos tratamie ntos en menores de edad.
La iniciativa no sólo replica lo peor del discurso transfóbico estadounidense, sino que incluso calca los argumentos falaces que han inundado la “conversación” sobre los derechos de las personas trans y no binaries: falsedades sobre “estudios” y “expertos” que refutan lo que verdaderos expertos y asociaciones completas de pediatría, psicología y género han reiterado desde hace más de 40 años.
La iniciativa utiliza como “argumento” de inicio una noticia falsa de Texas que, debido a la fuerte campaña de desinformación a nivel nacional por medios como FOX News y otros medios digitales se armamentó para justificar leyes cada vez más draconianas contra la existencia de las personas trans en el estado.
Las campañas de desinformación engendran monstruos si no son confrontadas: esto va más allá de fact checkers y verificaciones. Frente a una iniciativa de ley y un discurso antiderechos construido por completo con falacias, mentiras y datos falsos, es evidente que no es posible (ni eficaz) desmentir punto por punto.
Lo urgente, más bien, es construir mecanismos y herramientas para desarticular las narrativas mismas: entender desde dónde están construyendo estas campañas y confrontarlo.
Como explica Erin Reed sobre la ola de legislación anti trans en todo los Estados Unidos (300 leyes transfóbicas en el 75% de los estados tan solo en lo que va del 2023), lo menos importante de estas iniciativas es su posibilidad de ser convertidas en ley: la gran mayoría no pasarán, y las que lo hagan son tan abiertamente anticonstitucionales que pueden ser combatidas en tribunales. El riesgo está en la constante normalización del discurso transfóbico, en que incluso estemos “debatiendo” la existencia de las personas trans con gente que una y otra vez ha dejado claro que buscan, primero, borrarnos del espacio público y, finalmente, nuestro exterminio.
¿Y ahora?
Necesitamos urgentemente medios que reconozcan el impacto que tienen en la sociedad que los consume, y que con ese impacto deviene una responsabilidad que, en caso de que la olviden, tiene que serles recordada por las audiencias y quienes estamos siendo directamente afectadxs.
Los derechos de todxs están en juego, esto va más allá de notas virales, del acoso gordofóbico y nbfóbico contra celebridades como Sam Smith o “chistes” sobre nuestro uso de pronombres neutros.
Éste es un punto de quiebre: luchamos solamente, “solamente” por una sociedad donde todxs tengamos la posibilidad de ser la mejor versión de nosotrxs mismxs, para que tengamos las herramientas para nombrarnos y reconocernos.
Necesitamos, ya, los medios para conseguirlo.