Lo que perdemos en batallas
Un adiós que tardó más de 20 años
Me cuesta tanto trabajo pensar cuánto te pienso y cuánto me haces falta: cómo es que un duelo puede tardar tantos años en explotar en la mano y, al mismo tiempo, sentirse todos los días desde que moriste. Desde entonces, hablamos mucho de tu funeral: los arreglos, tu vestido blanco, cómo acomodaron a María Fernanda a tus pies y las esquelas que escribiste. Cada vez se hablaba menos de ti, de tu sonrisa y tus abrazos, de las historias de su prepa cuando tenías la Safari amarilla, de cómo nos escuchaste siempre, y los Halloween en tu casa (de los que siempre sospecharé que les dabas dulces por adelantado a lxs vecinxs)… de cómo me escuchabas siempre, de cómo fuiste mi lugar seguro cuando más sole me sentía.
El 8 de agosto, en lunes, murió Olivia Newton-John. Por treinta años vivió con cáncer, y por 30 años no dejó de decir nunca que lo suyo no era una “batalla”, sino una forma otra de vivir su vida: con tumores y con células que se negaban a morir. Por todo ese tiempo, Olivia se negó a que su enfermedad determinara su vida, y tenía los recursos para hacerlo, y las redes de apoyo, y el cariño de tanta gente… En cuanto supe que murió, me golpeó de lleno el recuerdo de que a ti te gustaba mucho Newton-John — han pasado tantos años y las cosas están tan mal con mi familia que no puedo preguntarles, pero ¿te gustaba desde Vaselina o era una forma de entender tu propia enfermedad en la experiencia de alguien más? — , que no sé concretamente por qué, pero que siempre relacioné a ONJ contigo, y que esa relación iba a hacer de un día pesado en el trabajo, uno que iba a ser un golpe directo.
Luego, tan pronto como empezaron a caer las notas de su muerte, comenzó a circular el lugar común de las personas que mueren de enfermedades crónicas: “perdió la batalla”, “luego de una ardua pelea”, “murió luchando”… Cada nota, cada titular, cada referencia de que sus últimos 30 años no fueron sino una derrota y un fracaso, me hacían pensar más y más y más en todas las pláticas de sobremesa hablando de tu muerte, de todos los planes que hiciste en esos 5 años que viviste con cáncer, de los detalles de tu funeral y del velorio que han sido un trauma no procesado (pero sí muy hablado) de mi xadres. Cada vez que salías en la conversación así, cada vez me era más difícil recordarte sonriendo, acomodando paja que no supe de dónde sacaste ese Halloween para que fuera un espantapájaros improvisado, de tus ganas siempre de bailar con nosotrxs, de tus abarazos y tu risa. Y esa, en realidad, es la verdadera lucha que se pierde cuando hablamos del cáncer como lucha.
Porque siempre fuiste valiente, porque siempre luchaste: porque tus luchas cotidianas fueron comer chayotes hervidos porque te chocaban y buscaste mil maneras de hacerlos menos horrorosos, porque siempre te necesité y, hasta hoy, sigo sin saber qué tanto mi plan de vida de estudiar medicina fue para encontrar un camino para tenerte todavía conmigo o cuánto fue la presión de esa “inteligencia” que fue tantos años más condena que virtud.
Te recuerdo tanto, y me impresiona cómo me sigue doliendo tanto que no estés, que no pudiéramos seguir platicando y viendo Vaselina. Te recuerdo tanto y me duele tanto que lo único que, pareciera, que recordamos son justamente los momentos que no querías que fueran tu memoria.