Luisito sí comunica, aunque nos cueste reconocerlo
La más reciente ¿polémica? por la cobertura que sigue dando el youtuber al gobierno de Bukele obliga a revisar cuál es el papel de lxs influencers en la comunicación política
No es la primera vez que un influencer, por volición propia, se arroja en medio de una polémica compleja sin respuestas sencillas: en el caso de Luisito, fue un video de las cárceles y el sistema punitivista de El Salvador unos días antes de la relección de Nayib Bukele, otros han subido stories burdas y mal hechas apoyando al Partido Verde, otra desarrolló toda una estrategia de contenidos para posicionar al marido en el gobierno de Nuevo León…
En las redacciones y en las mesas de debate y en cientos de artículos de opinión, se denosta el trabajo de lxs creadores de contenido mientras que, al mismo tiempo, se les señala como los portadores de todo el capital político existente en el Internet: estas críticas —como las burlas y notas de mala fe contra millenials hace unos años— al mismo tiempo exageran el impacto que tienen en su público de millones de personas y menosprecian a sus audiencias y las razones por las que son estos personajes quienes dominan conversaciones completas en plataformas digitales.
Cada que se entrelaza el tema de influencers y política, se piensa en estos agentes como entes (irónicamente) sin agencia, que ponen sus servicios de creación de contenidos al mejor postor sin reparo alguno de sus audiencias, de las plataformas que nutren sus reproducciones o del impacto que el diseño de estas mismas tienen en la construcción de sus personajes digitales.
La conversación siempre gira alrededor de su utilidad en la política, y rara vez se piensa como un ejercicio de diálogo: lxs influencers necesitan crear contenidos todo el tiempo, y la extrema polarización (y atención mediática) que tienen cuando incursionan en temas políticos les ayuda a sostener sus plataformas.
Estas entrevistas y “reportajes” replican mucho de lo que siempre hemos visto en los medios tradicionales: preguntas simples, intentos burdos de lxs políticxs por “verse como personas normales”… pero lo que diferencia estos acercamientos es la figura del influencer: las críticas que se hacen a estos acercamientos desde los medios señalan la “falta de profesionalismo” o la “nula preparación” de estas celebridades digitales, pero al mismo tiempo se niegan a revisar las dinámicas internas y la tóxica relación que la política ha desarrollado con los dueños de los medios de comunicación.
Influencers como Luisito o el Escorpión Dorado son productos directos de una cultura televisiva atravesada por algoritmos de recomendación y dinámicas digitales de posicionamiento. No es sorpresa que Luisito Comunica tenga múltiples videos replicando discursos racistas y criminalización de personas usuarias de drogas, por ejemplo.
Su última polémica sobre El Salvador le llevó de tener un video con un performance mediocre el día de su lanzamiento a uno que rebasa hasta 4 veces el promedio de sus últimos videos.
Su narrativa se pinta como crítica de un sistema que no dice todo lo que “sabe”: desde los titulares de sus videos, parte de una pregunta gatillo que tiene mucho de guiño para las personas que están crónicamente en línea pero que es fácil de entender para quienes sólo quieren ver un video corto en lo que comen, se transportan o quieren, simplemente, quemar un poco de tiempo.
Entre 2016 y 2018, investigadores, periodistas y académicxs estadounidenses se cuestionaron el impacto que puede tener el contenido digital en la radicalización de comunidades enteras: el “pipeline” de YouTube (esta “autopista” de radicalización hacia la ultraderecha por los algoritmos de la plataforma).
México y América Latina no están en el nivel de penetración digital que los Estados Unidos, así como tampoco hay todo un aparato mediático e ideológico empujando e impulsando a creadores de contenido de ultraderecha… pero sí tenemos que tener en cuenta que Luisito Comunica, Chumel Torres y muchos otros influencers en el mismo rango de operación —al contrario de los medios— sí han aprendido de los medios estadounidenses y de esas celebridades de extrema derecha para posicionar su marca y sus contenidos.
En The Oxygen of Amplification (Data & Society, 2020), lxs investigadores y entrevistadxs revisan críticamente el papel que, como medios, desempeñaron no sólo en la elección de Donald Trump, sino también en la amplificación de esos influencers y medios “liminales” que se convirtieron en los principales promotores de discurso de odio, como The Daily Wire, The Blaze o One America Network.
Lo que Luisito comunica incomoda: por el profundo conocimiento de la narrativa necesaria para alcanzar números que quisiera cualquier medio de comunicación con esfuerzos en plataformas digitales, porque ha sabido distinguir qué necesita copiar de otrxs creadores de contenido para lograr esos números, y porque no hay indicios —al menos en YouTube y TikTok— de que ese crecimiento vaya a parar, especialmente cuando todas las plataformas digitales están priorizando contenidos como el suyo sobre información periodística e investigación.
Aunque hay esfuerzos para lograr una regulación integral para influencers y la publicidad (política o no) que produzcan, lo cierto es que estamos muy lejos todavía, en parte por una clase política y un discusión pública que sigue viendo alxs influencers sólo como adolescentes sin función alguna, y en parte porque estamos hablando de un tema muy complejo: cuál es el límite de la libertad de expresión y cómo es que una persona es capaz de poner en quiebre todo un entramado jurídico pensado para imposibilitar que ello ocurriera, para empezar.
Esta entrada no se trata de criticar el contenido creado por influencers sólo porque lo han creado ellxs, sino de cuestionarnos seriamente, como profesionales en medios, qué significa que las audiencias digitales estén optando por él y gente como él: en qué han fallado los medios para que el vacío sea llenado por gente cuyo único interés es (como el de muchos dueños de medios, no lo neguemos), las ganancias inmediatas.