Lxs dioses griegxs siempre han sido queer
O de cómo Hades me explicó por qué me obsesionaban los mitos griegos
La mitología griega, como forma de narrarnos, de explicarnos y de leernos, tiene una larga, compleja y recurrente historia en Occidente. Parece una especie de condena que cada cien años héroes, artefactos y dioses regresan para explicar un cambio profundo en el contrato social. Pareciera que buscamos entender esos territorios inexplorados con mapas que ya conocemos: no importa que no cuadren perfectamente, sólo es cuestión de un poco de creatividad y licencias poéticas.
Desde hace varios años, la mitología griega ha regresado (si es que, de hecho, podría decirse que alguna vez se fue), pero esta vez, alejada de psicólogos, clasicistas e historiadores: ha vuelto en reinterpretaciones en novelas Young Adult, en videojuegos y, si se cae en el lugar común, en superhéroes. En medio de los cambios sociales que vivimos, estos héroes y dioses no sirven ya para universalizar experiencias ni fenómenos políticos, sino que dan sentido narrativo a vivencias personales.
Hades (Supergiant, 2020) es una más de estas reinterpretaciones, un videojuego que se vale de todos los mecanismos de jugabilidad de su género para explotar elementos propios del tiempo mitológico: la muerte imposible pero encarnada, las sombras de los héroes muertos en batalla y sin sentido en la otra vida… Aún más, Hades reta las concepciones cerradas del mito: si el mito de Occidente es que se construyó a partir de Grecia, Hades imagina una Grecia fuera del tiempo que tanto se alimenta del presente del jugador como del esfuerzo de su protagonista.
Tengo una relación larga, complicada y repleta de lugares comunes con la mitología griega: vi Hércules en el cine de Villa Olímpica por una fiesta infantil en la que me invitaron porque mi madre era amiga de la mamá del festejado. En esas épocas, había empezado a leer libros “para adultos”: en el librero de la casa, había una colección enorme de libros uniformes, acomodados y que nadie tocaba, así que tomé uno que me llamó la atención, también, porque estaba viendo en la televisión algo que, supuestamente, tenía de base ese mismo libro: la Mitología Griega, en traducción y antologación del padre Ángel María Garibay, en la terrible colección de “Sepan cuántos…” de Porrúa.
Entre el libro de letra minúscula y doble columna y la voz de Ricky Martin y una Tatiana ¿sexy?, también se coló la interpretación (muy, tan) libre que hiciera Los Caballeros del Zodiaco: no terminaba de comprender dónde estaba el Patriarca entre los trabajos de Heracles y si Phil tenía algo que ver con el dios Pan o sólo era otro sátiro de los que Garibay escribía como si fueran una especie de infestación en las islas del Egeo. Aunque leí el libro completo y vi prácticamente todas las sagas de LCZ, aunque me aprendí de memoria las canciones de Hércules y seguía buscando por las dos musas perdidas, me tardé mucho en entender que no siempre hablamos de los mismos textos cuando hablamos de mitología: que lo que una cultura leyó entre tormentas eléctricas y mares picados no es lo mismo que significó para un mangaka japonés que buscaba una representación atemporal de fortaleza, ni es lo mismo que leyó todo un estudio empeñado en repetir el regreso triunfal continuo de sus musicales animados, y definitivamente no es lo mismo que hiciera yo a los 19 años, cuando me obsesioné con Teseo y fui (re)construyendo su mito dentro de mis propias experiencias.
Digo que tuve una relación larga y complicada con la mitología porque esas ficciones fueron las primeras que utilicé para entender el mundo en el que me estaba relacionando: esos héroes, monstruos y lugares se fueron convirtiendo, poco a poco y con los años, en formas de entender las relaciones de poder y mi propio mundo ficcional. Esos mitos me dieron las herramientas narrativas para ir entreverando mi propia experiencia y mi andar por el mundo y, por las múltiples reelaboraciones por las que pasaron Heracles y Teseo y todo el Olimpo hasta llegar a ese niñe de 12 años, lo mismo podía estar hablando de la Atenea “real” como de Saori Kido.
Vengo de una familia desarraigada: un padre que se vino de 17 años a la ciudad y una familia que perdió todos los chismes y secretos familiares con la muerte de la última hermana de mi abuela, y una familia materna de la que se puso distancia desde antes de que yo naciera. Vengo, también, de una familia que no sabe hablar ni de sus logros ni de sus luchas ni de sus traumas; sé que hay figuras mitogénicas en mi familia, pero nunca escuché sus historias, sé que mi tía bisabuela cargó con el cuidado y manutención de toda su familia cuando salieron huyendo de Mérida, pero son historias de las que nunca supe más que los bordes. Sin esos mitos fundacionales, mi atención se volcó a los dramas familiares del Olimpo: la pareja infiel, el dios rechazado, los hijos que luchan por estar a la altura de las expectativas de sus padres…
La mitología, despegada de su elemento religioso y ordenador del mundo, se configura en tropos y formas de leer el mundo que tenemos frente a nosotres: si bien hoy nos es incomprensible la ritualidad que se lee en la Ilíada o en las Metamorfosis de Ovidio, los personajes, su humanidad y la compleja red de relaciones que se dibujan por toda la mitología griega han permitido que, desde un comienzo, estas figuras religiosas se convirtieran, justamente, en personajes ficcionales: si bien eso se hace siempre con cualquier mitogonía (¿qué es el Nuevo Testamento sino un montón de historias que nos contamos?), la griega está ya tan alejada de su uso religioso y de su valor como explicación del mundo que, desde la Ilíada ha sido interpretada y retrabajada sólo como eso: historias.
Alfonso Reyes, en sus últimos trabajos, recopiló lo que clasisistas y filólogos estaban descubriendo ya desde la década de los 30: los héroes de las grandes sagas míticas, incluso los que sólo se mencionan de paso, tienen una historia regional de “dioses menores” (como los santos locales ahora) y fueron absorbidos por intereses políticos específicos hasta perderse en el fondo de una épica “civilizadora”. (Junta de Sombras, OC, XVII)
Estas historias pueden ayudar a une niñe de 10 años a entender cómo se ordena el mundo, pero, como historias, también circulan en contextos de supremacía blanca, misoginia y colonialismo. Estas historias pueden tener funciones políticas y de propaganda (La Eneida, por ejemplo); pueden explicar procesos psicológicos o de formaciones de identidad nacionales,o han sido armamentadas una y otra y otra vez para justificar el statu quo…
Los dioses griegos (pasados por la reinterpretación romana) han sido, desde que Europa es Europa, utilizados como una explicación “corta” de la “grandeza de Occidente”: junto con la religión católica y la esclavitud fueron la principal exportación de España, Inglaterra y Francia a sus colonias. Y esa tradición se mantuvo y se ha sostenido gracias a las relecturas que, cada cierto tiempo, deshistorizan procesos complejos: desde la mentira de que las estatuas de Fidias eran completamente blancas hasta el borrado de las múltiples expresiones y orientaciones de género tanto de dioses como de personajes históricos.
Esta armamentación se ha construido con el paso de los siglos y no es producto de este momento histórico, sino al contrario, este momento histórico es resultado de todo un proceso que normalizó la equiparación de “los Valores Occidentales” (así en mayúsculas) con mitogonías que están muy lejos de lo que un chovinista actual entiende por “valores occidentales”.
[Nota al pie: No tengo espacio en este ensayo para extenderme en ese detalle, pero hay muy buenos textos al respecto que pueden leer aquí y aquí].
Lo que hace Hades no está tan alejado de lo que Ovidio hiciera en las Heróidas: las esposas, amantes y parejas de los grandes héroes épicos les escriben cartas para denunciar el abandono, la explotación y el dolor que les dejaron, las familias que abandonaron en pos de algo tan obtuso como “la gloria” o “el honor”.
En las Heróidas no se “rompe” el canon mitológico: Eneas abandona a Dido, Teseo deja varada en una isla desierta a Ariadna, Penélope tiene que soportar por décadas a pretendientes y gobernar una isla porque el tarado de su marido decidió burlarse de un hijo de Poseidón, pero esas acciones tienen un costo para las mujeres que las padecen y tienen derecho a su voz, aunque en la historia de esos héroes no sean más que un elemento narrativo.
Obras como la de Ovidio han resurgido en la última década: Rescate, de David Malouf, retrata el encuentro de Príamo con Aquiles para rogarle por el cuerpo de su hijo, Héctor, y muestra no sólo a un Aquiles arrepentido de lo que el dolor de perder a Patrocolo lo llevó a hacerle al hijo favorito de Troya, también la entereza de un familiar que, en medio del duelo, tiene que buscar la humanidad del verdugo de su hijo.
Está también Memorial, de Alice Oswald, que edita y relee la Iliada no como un canto épico y civilizatorio, sino como un enorme obituario: en su obra, sólo aparecen los nombres y las muertes de héroes troyanos y aqueos, y son tantas que dimensionan que, siempre, en la guerra nunca han habido vencedores, sólo luto.
Y, finalmente (y lo dejo al final porque estaba leyéndolo mientras jugaba Hades), La Canción de Aquiles, de Madeline Miller. Miller, como hiciera Ovidio, sigue el camino de Aquiles, pero no como el hijo de una diosa, sino como un adolescente humano (que sí, tiene dotes divinos), pero pone de protagonista de la novela a Patroclo y cuenta su historia de amor, el peso de su “gloria” y los momentos que fueron llevando a la pareja a las playas de Troya. Nada de la Ilíada camgia, pero todo es diferente.
Y así Hades, que se apropia de una mitología diversa, inclusiva si se quiere leer así, que abraza múltiples identidades sexogenéricas y orientaciones sexuales, que evita las etiquetas pero no tiene miedo de reapropiarse de una mitología que, por demasiado tiempo, ha sido la justificación del cistema.
En Neoreaction: A Basilisk, Elizabeth Sandifer se pregunta si:
Is there any sort of redemptive vision of white culture to be had? Or is the role of western culture essentially that of the great fuckup, the individualist philosophy that leads inexorably to capitalism havig turned out to be a disastrous misstep that ruined the ecology of the planet? (137)
[¿Hay alguna forma de redimir la cultura blanca o es que la cultura occidental es, esencialmente, la gran cagada, la filosofía individualista que, inexorablemente, lleva al capitalismo que jodió la ecología del planeta?]
Aunque históricamente, la mitología griega fue construida como la base de esa “Cultura Occidental” no lo es. Tanto la Biblia como los mitos griegos han sido blanqueados y convertidos en armas contra las disidencias sexogenéricas por suficiente tiempo, nos toca — nos urge — encontrar los caminos para rearmar una sociedad en la que quepamos todes.