Me decido no encajar
O de cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar mi queerness
Hace un par de meses tuve un sueño bastante revelador: estaba en un hospital, con el brazo roto y, como en mi trabajo no tengo ninguna prestación (esta parte es real, yei periodismo precario), había tenido que pedir la “tarjeta del seguro” de mis xadres; durante todo el sueño, estuve recorriendo el hospital mientras me escondía de elles, porque no quería que supieran de mi fractura: le marcaba a amigues que me daban consejos y apoyo, pero no podían ayudarme a esconderlo de mi familia, mientras que seguía recibiendo mensajes del trabajo que no podía responder.
Esa mañana desperté agitado, terriblemente confundido pero con una certeza clara: no tengo por qué ocultarme, ni mi identidad (manifestada, como tiende a ser, a través de mi cuerpo) está rota porque es válida para mí por fin, después de muchísimos años de sentirme fuera y ajeno de mí.
Desde muy pequeñe, sentí que había algo de mí que no encajaba con el mundo: algo en cómo me sentía y me entendía a mí misme, a mi cuerpo, a mi relación con mi familia y las personas que me rodeaban.
Esta sensación de no-estar-del-todo se fue confirmando con los años, con las violencias que sobreviví en la escuela -con profesores y compañeros abusivos-, con la familia extendida -con tíos y primos que se burlaban de que “era una niñita”-, con el miedo e incomodidad que todavía siento frente a grupos de hombres, pero también con mis amistades con mujeres, con las que nunca terminaba de construir espacios seguros porque siempre era un ‘otro’ y las conversaciones casuales siempre lo dejaban claro en comentarios al aire que, entonces, no procesaba del todo.
Como no podía ser que todo el mundo no cuadrara conmigo, internalicé bien pronto la idea de que yo era quien no encajaba con el mundo y era mi labor forzarlo, y construí un complicado sistema de valor sobre mí mismo que estaba hecho, desde un principio, para hacerme fallar: si cubría el ideal de ser el mejor amigo, pareja, alumno, compañere de clase, hijo (inserte aquí cualquier rol social), evidentemente cumpliría con esas exigencias sociales y, entonces, podría ser valorado y reconocido como igual de mis amigues, pareja, compañeres… pero así no funcionan las cosas, Nemo.
Estas cuotas de ideales (como todo ideal) siempre fueron inalcanzables y, por tanto, mi propio valor y mi lugar en el mundo siempre fue precario e irreconocible… ¡para mí misme!
En cierto sentido, jugaba siempre a querer encajar piezas de un rompecabezas al que no correspondía: era un juego hecho para perder siempre, pero un juego que, con todo el y el dolor, el trauma y el aislamiento, me permitió sobrevivir un mundo hostil, sobrevivir las violencias que me atravesaron toda la vida y sobrevivirme.
Cuando leo a Judith Butler o a Paul B. Preciado hablar de sistemas de interpretación y performance del género, o a Gale Rubin desarrollar la idea del sistema sexo-genérico, esa teoría atraviesa mi memoria, mi cuerpo y mi propia identidad.
Nunca fui lo suficientemente masculino para relacionarme con hombres y, por tanto, siempre fui objeto de agresiones: en una sociedad homofóbica y transfóbica, no ser hombre “suficiente” es interpretado automáticamente como homosexualidad y, por su “contraposición” con lo masculino (y muchas otras lecturas misóginas), como un defecto que o se corrige o se elimina. El problema era que tampoco soy homosexual, así que sólo me daba un poco de risa que me acosaran con insultos homofóbicos mientras iba caminando con mi pareja por la escuela.
Por otro lado, nunca me terminé de identificar como ‘hombre’, quizá por esas mismas violencias que me atravesaron desde pequeñe, o porque algo siempre me dijo que esa etiqueta no era yo, y apenas me pude ir apropiando de mi cuerpo (libre de la vigilancia y el castigo de las reglas escolares), fui modificándolo para hacerlo mío, para verme a través de él: cada cambio de look, cada tatuaje, pintar mi pelo de azul… hasta cruzar la pierna “como mujer” (saludos tío Alejandro, que dijiste eso cuando tenía siete años), fueron formas pequeñitas de ir queriéndome y entendiéndome. Eso lo veo ahora, cuando por fin me queda claro quién soy, y dónde encajo y porque tengo un espacio seguro y apoyo… y ejemplos.
En junio pasado, cuando ya comenzaba a preguntarme abiertamente sobre mi identidad sexogenérica, me preguntaba si podía formar parte de la comunidad LGBT+, si esa complicidad que siempre he sentido con amigues gay, lesbianas, trans y personas bi y pansexuales era, más que alianza, camaradería. Nueve meses después, tras mucha terapia, muchas preguntas y demasiadas sesiones de terapia que me dejaron llorando, me sé.
Hoy es Día de la Visibilidad Trans y estoy escribiendo esto muy temprano en la mañana. El miércoles pinta para ser de 56 horas, llevo arrastrando un cansancio crónico y el calor (a las 6 de la mañana) apunta a que será un día, además, incómodo, pero aquí estoy, tratando de decir que soy una persona no binaria, que me sigo reconociendo y sigo batallando con patrones de comportamiento y mecanismos de defensa que me hicieron mucho daño pero me tienen aquí, a mis 33 años, seguro de algo mío que no es la presión laboral, la presión de la familia o las exigencias de amistades que luego dejaron de ser.
No estaría aquí, seguro hasta donde puedo de mí, sin el apoyo de Mariana, sin su amor constante y sin ese crecimiento y la evolución que hemos tenido como pareja y como individues. Tampoco lo sería sin amigues que llegaron relativamente hace poco, pero han estado a lo largo de este proceso completo y me echan porras, memes y me escucharon borracho preguntándome por mi identidad en un boliche de Polanco; gracias Karen, Edu, Marce, Vane: les amo y no tienen idea de cuánto les agradezco estar aquí a lasusanadistancia. A les que también han estado desde poquito antes o mucho antes, pero lejitos porque soy pésimo manteniendo amistades: Nico, Nora, Nancy, Ana, gracias, discúlpenme ser tan ajeno casi siempre.
Y gracias, también, a les desconocides de redes que neta no he topado nunca más que en replies y memes tontos o en ranteos que no tienen fin… o una sola vez y ahora echamos el chisme de medios que queremos quemar pero nos dan de comer.
Y, finalmente, gracias a quien termine de leer esto. Estaba esperando que saliera la semana que entra mi video de Recetas y revueltas, pero hay cosas que ya no quiero seguir guardando. Gracias.
Esta es una etapa nueva que de verdad no entiendo, pero al menos me sé.