Mediatizar la transfobia, normalizar el odio: la falacia de la imparcialidad
Desde la cobertura de los pánicos de odio, pasando por la malgenerización y las coberturas partidistas de protestas de autodefensa, los medios están
Este par de semanas han sido particularmente difíciles si eres una persona trans haciendo monitoreo de discurso de odio en medios. No es como que haya semanas sencillas, que haya una pausa o una oportunidad para respirar y tomarse un descanso: como bien lo ha escrito Erin Reed en su substack y en Twitter, es complicado y desgastante ver cómo nuestros derechos están bajo acecho constante.
Esta semana, no tengo análisis profundos (si es que lo que he escrito aquí puede llamarse así), más bien traigo mucho coraje y mucha frustración que debo de vertir en algún lado de forma mucho más organizada que las decenas de tuits que hecho con cada una de las notas que me he ido encontrando en mi trabajo de monitorear temas, notas virales y coberturas sobre lo ocurrido en el Congreso de la CDMX.
Represión, abusos y defensa del odio: cómo la CDMX está aliándose con la ultraderecha
Como ya había escrito en la primer entrega de este newsletter, personajes como América Rangel, diputada local de la CDMX por el PAN, han buscado una y otra vez impulsar el discurso genocida anti-trans en la legislación y la discusión general en México.
Esta estrategia ha fallado una y otra y otra vez porque, hasta el momento, las alianzas entre los grupos feministas transfóbicos, la ultra-derecha mexicana y los grupos en el poder han sido, cuando menos, frágiles. Pero eso también está cambiando.
Rangel y su grupo esperan que el discurso inflamatorio anti-trans cuadre con la mayoría de la población, o por lo menos con una base lo suficientemente organizada como para sostener una victoria electoral, que es, paso a paso la misma estrategia que políticos republicanos en los Estados Unidos han hecho desde la victoria de Trump en 2016.
Luego de presentar una iniciativa que criminalizaría el apoyo médico, psicológico y social a las infancias trans (argumentando, como era de esperarse, que se trata de “defender a las infancias”) que, además, es abiertamente inconstitucional y violaría múltiples reglamentos del Congreso local, grupos de activistas trans intentaron asistir a un evento público en el recinto.
La respuesta de los cuerpos de seguridad fue negarles el acceso y cerrar las puertas al evento “público”. La tensión escaló y Victoria Sámano se vio dentro del recinto, retenida contra su voluntad.
La gran mayoría de los medios cubrieron la protesta como siempre lo hacen: descontextualizar la violencia, “condenarla”… Las denuncias de Sámano y Alain Pinzón, el acoso selectivo y violencia digital que han vivido desde lo ocurrido y la represión brutal (que culminó con la llegada de más de cien "no-granaderos”) contra la protesta al odio pasó desapercibida.
Luego de lo ocurrido, la escalada de violencia transfóbica sigue creciendo: en Puebla se propuso otra ley que criminaliza infancias trans y a lxs xadres y médicxs que den seguimiento a sus transiciones, y Rangel ha encontrado cobijo en periodistas y medios que, si bien pueden no apoyar su transfobia, les interesa más su audiencia que nuestras vidas.
Estas decisiones editoriales no sólo le dan plataforma al odio, sino que normalizan estos discursos y discusiones anti-derechos que, por décadas, estuvieron en los márgenes del Internet y en grupos radicales mal organizados.
Resulta, cuando menos irónico (y cuanto más terriblemente ridículo), que los grupos de comentadores y opinólogos que habitan los medios nacionales no hayan aprendido absolutamente nada de los errores cometidos una y otra y otra y otra vez por los medios estadounidenses y europeos que tanto consumen.
Pero no puede esperarse mucho de esas opiniones, de esos grupos a los que la violencia transfóbica no sólo no les atraviesa, sino que amplifica su carrera: puedes ser un literato de poca monta y hacerte viral en redes por hilos furibundos contra el “lenguaje inclusivo” que ni siquiera entiendes. Puedes guardar silencio o “condenar la violencia de donde venga”, sin querer comprender que, como ha escrito Walter Benjamin desde los 40, no toda la violencia es igual y que la moralización de su uso sólo beneficia a quienes ya tienen el monopolio de su uso.
Frustración y paranoia: cómo es ser una persona trans en medios
Tengo que hacer aquí una pausa, respirar profundo. Recordar: no generalizar, no señalar.
Soy una persona abiertamente no binarie no sólo en redes sociales y en el trabajo colectivo y colaborativo que hago afuera de mi lugar de trabajo. También lo soy en mi trabajo: he hablado de mi identidad, del uso de mis pronombres, de mi proceso para nombrarme no sólo con las pocas personas LGBT+ que trabajan ahí, sino también lo he dicho en cámara, he trabajado el tema en el espacio donde colaboro en el noticiero de las 8 de la mañana y (me ha costado), he tratado de conversar y resolver las muchísimas -a veces las demasiadas- dudas que tiene la gente de mi trabajo sobre el tema trans.
He encontrado aliadxs y me he topado de frente con gente que no me va a decir nunca a la cara que “estoy diciendo mamadas” (aunque todxs las personas trans conocemos esa mirada y ese tono de voz). Pero, como buen medio nacional, sé que siempre habrá una frontera de la que la línea editorial no pasará; habrá un momento en el que, como lo está haciendo el New York Times, tomará la decisión de la “imparcialidad”, dejándome sole en un tema que podría significar un riesgo real y tangible a mis derechos.
Y es que a veces se siente que hacer periodismo desde la disidencia, monitorear los discursos de odio y las alianzas políticas entre grupos transfóbicos es luchar una batalla perdida: no tienes un suelo parejo para presentar tu argumento, pues “estás tomando posturas”.
Las personas trans, citando a Julianna Neuhauser, no hacemos periodismo ni investigación, no podemos argumentar: tenemos opiniones, muchas y muy ruidosas, pero no hacemos periodismo.
No sé cuál será ese punto: no sé si está a la vuelta de la esquina o tardará todavía muchs. Lo que sí sé es que es cansado, y quiero, al menos por un par de días, bajarme de este mundo que parece que encuentra placer en destruirnos.
Iván y Brianna, Dani y Naomi. Escribo pensando en sus nombres y en la violencia que siguieron viviendo una vez que murieron. Quiero dejar de pensar en dolor y en trauma. Al menos por esta semana, sólo tengo enojo y mucho, mucho dolor.