Pensar la política como el Manual de Carreño
Arne aus den Ruthen y el vigilantismo de los “buenos ciudadanos”
Cada cierto tiempo aparece un político que “no es como los demás políticos”, que “hace las cosas diferentes”, que “no se ve como político” porque su experiencia, su formación, su “vida”, lo aleja de esa persona que, le dicen, es. Ese no-político siempre construye un discurso que, dice, no tiene nada que ver con la política, porque lo que propone, lo que defiende es “sentido común”, es “la buena sociedad”, son “los valores, sus propuestas, sus apariciones públicas y su imagen completa tienen que construirse fuera de lo que, todos, entendemos por la política y, al hacerlo, se legitima. En una sociedad como la nuestra, todo lo que no dé la apariencia de político tiene derecho a ser escuchado: el Frente Nacional por la Familia, una marcha por “la unidad”, un grupo de personas que están peleando las pequeñas “batallas” para recuperar “el espacio público” y las “buenas costumbres”…
Arne Aus den Ruthen, ex “City Manager”, ex delegado y actual líder del “Poder Anti Gandalla”, ha sido el centro de muchas discusiones sobre la legalidad del uso de las redes sociales (de Periscope, principalmente) para vulnerar la privacidad (“denunciar los crímenes”, según él) de individuos en la vía pública; sus constantes escándalos y acusaciones transfóbicas y misóginas llevaron a que Xóchitl Gálvez lo destituyera de su puesto público y que decidiera — con todo el ánimo emprendedor que lo habita — juntar un grupo de personas que piensan como él para “combatir gandallas y limpiar las calles” (tal como se describen en su cuenta de Twitter, @PoderAG). Ya no es un servidor público, y este texto no será una discusión sobre la legalidad de sus transmisiones por Periscope, sino las implicaciones políticas de su forma particular de entender la “ciudadanía” y la “civilidad”, pero, sobre todo, la acción directa y el impacto de la protesta.
Usar una cámara tiene un acto inherente de separación de la realidad: está lo fotografiado (lo filmado) y quien fotografía; está lo representado y quien representa. Contrario a lo que podría pensarse desde el sentido común, el grabar algo no garantiza que se muestren las cosas “tal como ocurrieron”, pues la mirada de quien graba es ya una interpretación de lo que ocurre, la narración “en off” que el mismo aus den Ruthen hace en todos sus videos de Periscope es una versión y, en ella, hay una forma de ser ciudadano, una forma de hacer cultura — nunca ha llamado política a su actuar, aunque lo sea — , una forma de entender la misma conformación del poder público aun cuando él mismo ya no sea un funcionario, pues hay un ejercicio del poder al grabar, al hacerse de la narración y al tomar la palabra (y la imagen).
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Quien sea grabado por la cámara de Arne, sin importar la “falta” que esté cometiendo se convierte en un personaje simple: más que un criminal, es alguien que, activamente, está lastimando a la sociedad, está haciendo que “México esté como esté” y, por lo mismo, tiene que ser descastado, tiene que estar fuera de la idea de “sociedad civil”, que no es una articulación multicultural ni transversal, sino una muy reducida lista de “valores” y de “deberes” que conforman una realización determinada de “la sociedad”: la clase media blanca.
En abril del año pasado, cuando sus pifias lo llevaron a perder su puesto en la delegación Miguel Hidalgo, Catalina Ruiz-Navarro, parte del equipo de @Estereotipas, resumía en pocas palabras el ejercicio de poder y de redes de aus den Ruthen:
“Las redes sociales sirven para la denuncia en defensa de los derechos humanos, pero la perspectiva de aus den Ruthen es autoritaria: todos deben ceñirse a su estándar moral desde lo individual, y a él nadie le reclamará por los problemas estructurales.” (Vía: Sin Embargo)
El derecho se ha construido desde siempre desde una perspectiva, a partir de ciertos valores que se piensan universales y de ciertas realidades que se creen, también, universales. Sin embargo, también “desde siempre”, aquellas minorías no consideradas por quienes tienen la palabra y el poder han luchado, a veces por inclusión, a veces por construir otro contrato social que las incluya. Y en y desde ese conflicto es que la sociedad se enriquece y se muestra diversa: es ese conflicto el que la protesta hace evidente, es desde ese derecho a otra forma de construir el derecho, lo social, lo civil, que la denuncia es efectiva, necesaria y urgente. Señalar, acusar y construir una protesta “creativa” utilizando los mecanismos que desde la contracultura se han utilizado siempre y hacerlo “sin ideologías y sin política” es, en palabras de Slavoj Žižek, un ejercicio “ultrapolítico”:
“el intento de despolitizar el conflicto extrañándolo mediante la militarización directa de la política, es decir, reformulando la política como una guerra entre ‘nosotros’ y ‘ellos’, nuestro enemigo, eliminando cualquier terreno compartido en el que desarrollar el conflicto simbólico.” (Vía: Žižek, En defensa de la intolerancia)
Centrada en el “deber ser”, la crítica de Arne no es más que una confirmación del status quo. Más que preocuparnos por cambiar los problemas sistémicos que actualmente azotan a una población cada vez más desigual, cada vez más violenta(da), cada vez más precarizada, lo importante es hacer las cosas bien, lo importante es tirar la basura en su lugar, es “devolver los bonos navideños”, es no apartar lugares de estacionamiento en las calles — incluso en esas donde hay un acuerdo vecinal, de la comunidad.
Cuando la protesta social se organiza y toma las calles, como ha ocurrido con mayor frecuencia desde que Enrique Peña Nieto tomara la presidencia en 2012, desde la derecha existen dos argumentos en contra: el ejercicio de la violencia estatal y el manido argumento de “el cambio está en uno”. Esas críticas ven la protesta como un acontecimiento individualizado, se marcha por una sola razón sólo en ese momento y, como históricamente “se ha demostrado”, la marcha no cambia las cosas: no renuncia Peña Nieto, no se abren nuevas plazas en la UNAM, no se reinstituye a los trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas… Sin embargo la protesta es una constante y es un proceso, las demandas no son la demanda de un algo específico, sino la realización en ese momento y en ese espacio de una larga serie de injusticias y reclamos que se articulan en esa marcha. (Vía: Clover, Riot.Strike.Riot)
La de Arne va por otro lado: es una crítica moral del ejercicio político que nos pone en crisis respecto a los “otros” caminos que tiene que tener la protesta social en un mundo en el que cada vez más se normaliza la violencia y se cancela lo público y lo político. Es la versión pública, condenadora, de ese “cambio en uno mismo”: si la vergüenza y el ataque de millones por las redes puede cambiar las conductas individuales de una sola persona, si todos tienen miedo de ser descubiertos en una infracción y de ser linchados por las redes, entonces las leyes existentes, el “estado de Derecho” podría funcionar.
Uno de sus últimos “performance” fue lanzar pañales sucios a la cede del Partido Revolucionario Institucional y, aunque fue comentado como un salto hacia “lo político” por parte de su “Poder anti gandalla” junto con los “jitomatazos” que le lanzara a miembros del Revolucionario Institucional, sigue siendo el mismo tipo de protesta para el mismo fin: “regresar” a un orden que beneficia a los que siempre ha beneficiado, que oprime y silencia a los que siempre han resistido…
Hay una trampa dentro de la lógica liberal: sí, todos tienen el mismo derecho a opinar, a hacerse escuchar, a hacerse ver, sin embargo no todos tienen las mismas posibilidades para, de verdad, ser escuchados, vistos, respetados… Las minorías, los sectores constante y sistemáticamente oprimidos tienen un derecho que sólo existe en el papel.
Normalizar la forma de protesta de Arne y de quienes han empezado a imitarlo no lleva a un mejor país, ni a un “estado de Derecho”, ni a una mejor convivencia. El miedo y el escarnio público no son una base válida ni legítima para construir ciudadanía — lo sabemos, tuvimos 70 años de miedo y escarnio. Si queremos encontrar otras formas de relacionarnos, de entendernos, habría que encontrar otros caminos:
“Quizá la meta no sea hoy en día descubrir qué somos, sino rechazar lo que somos. Deberíamos imaginar y estructurar lo que podríamos ser a fin de liberarnos de esta suerte de ‘doble vínculo’ político, que es la simultánea individualización y totalización de las modernas estructuras de poder.” (Vía: Foucault, Discurso, poder y subjetividad)