"Podré decirte que te mueras, pero no te agredí físicamente": Por qué el discurso de odio es tan fácil de ignorar
O, más específicamente, por qué las personas que usan sus plataformas para deshumanizar a grupos poblacionales enteros se pueden lavar las manos diciendo que "no han agredido a nadie"
Miren: ser portavoz de un grupo de odio, o ser “el rostro visible” de quienes quieren borrar la existencia de grupos vulnerables no es sencillo: necesitas, siempre, saber comportarte cuando tienes la mirada ajena encima, debes cuidar con tiento cada una de tus palabras cuando hay un micrófono cerca y debes, una y otra y otra vez tener plena consciencia de que tienes que decir todos tus argumentos de odio sin, explícitamente, decirlos. No es una tarea fácil pero es una necesaria si buscas legitimar tus luchas, por muy fascistas que sean.
Y es tan difícil que hemos visto a estos personajes equivocarse una y otra y otra vez, y esos errores, a veces, les han costado el liderazgo. A veces, ha sido por un golpe directo a la cara, otras por un micrófono oculto que grabó el momento en el que niegas la existencia de grupos vulnerados… a veces, tienes la mala suerte de que nazis decidan aparecerse en tu marcha, lo que te obliga a dar explicaciones bastante incómodas a personas frente a las que no tendrías que dar explicaciones.
Alimentar y ampliar una comunidad que se base en el odio es en serio complicado (ya, hablando en serio), pues requiere el esfuerzo colectivo de un grupo visible para difundir los argumentos menos tóxicos del grupo, es decir, los granos de verdad y las molestias y frustraciones generadas por un sistema desigual e injusto.
Lo verdaderamente importante es mantener siempre la distancia entre el discurso y las acciones a las que este discurso llama o potencializa: vaya, tener el suficiente espacio para poder decir, al ser confrontadx, que sólo estabas “haciendo preguntas”, “eran chistes” o “estabas ejerciendo la libertad de expresión”.
Laura Lecuona, Adrián Marcelo, Chumel Torres, Franco Escamilla, Possie Parker o Richard Spencer siguen la misma estrategia y replican punto por punto los mismos mecanismos de impunidad: el discurso de odio, por mucho que sea identificable fácilmente por los grupos que lo han recibido históricamente, se construye a partir de prejuicios cristalizados en la sociedad, articula microagresiones y, finalmente, justifica e incentiva crímenes de odio que terminan siendo “responsabilidad” de las personas históricamente vulneradas.
El caso Adrián Marcelo (más allá de un montaje)
Lxs influencers han aprendido mejor y más rápido que los medios digitales la importancia de siempre estar en el centro de la conversación. Torres es un ejemplo perfecto, pero también están otros, como Adrián Marcelo, que se ha convertido en poco tiempo en referente (y advertencia) clara de la rapidez con la que se posicionan estos personajes digitales a partir de videos que saben “polémicos” (o sea, que replican discurso de odio o que lo aplauden, replicándolo para sus audiencias).
En el caso de Marcelo, todo empezó a mediados de febrero, cuando fue invitado al podcast de Karla Panini y soltó una sarta de comentarios gordofóbicos que, inmediatamente fueron señalados en redes sociales y, en consecuencia, también se convirtieron en notas en medios digitales, lo que alimentó y catapultó la discusión.
Desde ese momento, se posicionó en tendencias y todos los medios publicaban notas tibias poniendo entre comillas gordofobia o con titulares de rage-bait con fórmulas ya sabidas como “quieren cancelar”.
A lo largo de las semanas, AM no dejó de insistir en el tema, pelearse con usuarixs aleatorios o aplaudió a quienes apoyaban sus comentarios, y los medios no dejaron de cubrir cada tuit y cada story en Instagram.
La potencia de viralidad de estos personajes está profundamente ligada al papel de los medios, a su incapacidad para generar contenidos desvinculados de lo que ocurre en redes sociales. Como ya he escrito en diversas ocasiones, medios e influencers tienen una relación simbiótica y un discurso odiante alimentó clicks, agendas y alcances por varias semanas.
Las respuestas a los comentarios y señalamientos específicos se perdieron en medio de una discusión enteramente centrada en la gordofobia. Y Marcelo amplió sus ataques hacia la población trans.
Luego de que fue cacheteado por el luchador Chessman en la CDMX (allende de que haya sido un montaje o no), Multimedios, el medio en el que tiene todavía un programa semanal, fue la plataforma en la que dio un discurso no sólo distanciándose de su gordofobia, sino negando que su discurso sea violento:
“Yo no me porto así con ustedes, en la calle yo soy el que aguante, el que ayuda y no voy a cantarle nada a nadie. Pero yo no me porto así con usted. No me van a crear esa fama de que estoy humillando personas, ¿quién se siente humillado aquí?”
https://fb.watch/juUB81KMNN/
Para Adrián Marcelo, su construcción narrativa contra los derechos más básicos de las personas gordas, de las disidencias sexogenéricas y de las mujeres, no es violencia y no es un ejercicio de poder y de reafirmación de impunidades y opresiones históricas.
Lo que sí es violencia, dicen AM o Kellie-Jay Keen, es un ejercicio de autodefensa, dice Laura Lecuona que es violencia no negarnos la existencia en espacios cerrados, sino confrontar su discurso en redes y en persona.
Por supuesto que tenemos que hablar de Walter Benjamin
En 1921, hace poco más de 100 años, Walter Benjamin escribió un texto central para problematizar la violencia. “Crítica de la Violencia” no parte de la teorización hobbesiana clásica, sino de las múltiples diferencias en las que individuos, sociedades y Estados deciden ejercer la violencia.
Hay una violencia sistémica que se replica en el discurso y en la estructura social y política que articula al Estado: esa violencia es invisible y transparente y se replica entre los individuos, quienes (siguiendo a Foucault) vigilan y sostienen las estructuras, las violencias y las opresiones que mantienen el sistema.
Cuando escribimos de discurso de odio tenemos que definirlo y señalarlo. No sólo es la replicación de estas violencias sistémicas, sino el discurso que normaliza la violencia explícita (no la simbólica y, por tanto, invisibilizada) y, al normalizarla, la racionaliza y la hace posible.
Estos discursos son siempre un preámbulo teórico de la violencia explícita contra grupos vulnerados históricamente, y siempre se intensifican en contextos de cambios sociales, políticos y económicos profundos.
Quienes replican y plataforman estos discursos saben que no deben de ejecutar al violencia, que tienen que separarse de ella para diferenciar entre un “debate de ideas” y la violencia, los grupos de odio y, también, la violencia que ejercen los grupos atacados para defenderse.
Benjamin buscó separar la moralidad del ejercicio de la violencia y situarlo desde los grupos que están fuera del marco legal y de lo que el Estado considera una persona. Los grupos históricamente vulnerados han vivido siempre fuera de las posibilidades de justicia: somo sujetos constantemente oprimidos por marcos legales que no nos garantizan nuestra humanidad completa.
Para nosotrans, para los grupos racializados, para las naciones indígenas y las personas migrantes, para las personas gordas, para las mujeres y el ejercicio de su autonomía y vulnerabilidad económica y legal… para todxs quienes no entramos en la hetero-cisnorma, la violencia situada es en muchísimas ocasiones el último y el único recurso para luchar por nuestra autonomía y derechos, para combatir la constante e imparable violencia sistémica que sostiene el statu quo.
Reformular la defensa: la atención a la violencia de acción directa
Cuando se señala la quema de una puerta, las pintas durante las marchas o la defensa frente a policías antimotines como “violentos actos vandálicos” se descontextualizan y repolitizan a favor de las narrativas dominantes de la violencia y quiénes tienen derecho (y quienes no) de usar la violencia.
Más allá de los obvios chistes y memes de “esas no son formas”, la des y re politización de la acción directa es vista o como una “mala estrategia política” o como “evidencia de la mala fe” de los grupos manifestantes. De la misma forma que ejercicios de acción directa, como protestas las conferencias de fascistas en universidades o articular una respuesta en redes sociales a este tipo de eventos es visto como un “atento contra la libertad de expresión”, necesitamos siempre dejar en claro, con comunicados y pronunciamientos, con ejercicios de “buenas formas” y de “debate público” por qué el colectivo y las leyes deben de considerar nuestra humanidad.
Esta lógica liberal y centrista (tibia cuando menos, partícipe de las violencias sistémicas las más de las veces, cómplice del discurso de odio cuando más) es la que más activamente repolitizará los discursos de odio como una oportunidad de aprender, como una ventana al debate y para “responder con argumentos” un discurso de odio que está construido sólo con eso: mentiras, odio y apenas un barniz de léxico academicista o “periodístico”.
Tanto medios como los grupos que tienen el control de discursos y narrativas (academia, poderes legislativos, etc.) tendrían que tener plena consciencia del poder que enarbolan, de las consecuencia que tiene su tibieza o su complicidad, y deberían de entender que en sus acciones (por omisión o por participación activa) está la integridad de miles de personas que todos los días viven en riesgo.
Pero sabemos que no lo harán: así que no hay más que confrontarles.