Por qué los medios mexicanos se niegan a reconocer errores
Y por qué el ejercicio de hacer fact-checking está rebasado (y no puede hacerlo el Estado)
Ya sea que hagan notas basadas en tuit mentirosos, que inflen retos virales que nunca existieron (y que hasta las fiscalías, inútiles casi siempre, confirman que no existen), o que exageren la peligrosidad y lo extraordinario de una muy rutinaria actividad volcánica, los medios mexicanos, anclados en la constante competencia digital, se equivocan una y otra y otra vez, y, a menos que se trate de un caso de alto perfil, nunca publican correcciones, fes de errata o un reconocimiento del error.
¿A quién se le reclama cuando una nota tiene información falsa: qué medio tiene correos de atención a las audiencias o un equipo de fact-check para todas las notas que salen tanto en pantalla, en impresos o en sus sitios y plataformas digitales? A veces, la presión generada en redes sociales puede tener un impacto real: ya le ha ocurrido en dos ocasiones a Capital 21 o a otros medios públicos que han tenido que publicar (a veces a escondidas) disculpas públicas por decisiones editoriales.
Pero los medios “tradicionales” pueden publicar impunemente falsedades y desinformación, discusiones racistas y discurso de odio, sin reparo alguno hasta que, semanas después, Verificado o El Sabueso —o algún otro de los contadísimos esfuerzos de fact-checking— publicará una verificación sobre que, de hecho, todas esas notas son falsas.
Como he escrito en múltiples ocasiones con múltiples temas, la actual ecología de los medios digitales (específicamente, las exigencias de las plataformas de distribución) obligan a los medios a constantemente producir contenido —ya no se les puede llamar notas, artículos ni reportajes— a partir de otros contenidos, completamente alejados de las fuentes originales, sin oportunidad de hacer una mínima investigación o confirmar los hechos expuestos.
Para dejar de hablar en el aire, hablemos de un caso específico: la transfobia de una boxeadora mexicana de tercera y el riesgo de muerte en el que los medios mexicanos colocaron a Imane Khelif.
“Se instaló de manera mediática la versión de que era transgénero”
Con ese vericueto de comentario, Aristegui Noticias negó lo que apenas dos días había sido su nota más compartida de esa semana: Imane Khelif, boxeadora cis argelina, había sido descalificada del Mundial Amateur por haber rebasado el límite de testosterona en sangre.
El 30 de marzo de este año, Brianda Cruz, una boxeadora mexicana que participó y perdió en las Olimpiadas de Tokio 2022, publicó una story en Instagram que replicó en Twitter celebrando la decisión del CMB:
La versión de que Imane era una mujer trans comenzó de inmediato por dos razones: por un lado, un tuit de un supuesto comediante regiomontano amigo de Brianda que se burló de la decisión y apoyó a su amiga haciendo referencia a que “ya cualquiera se puede decir de cualquier género” (tuit que fue secundado por Cruz y que borraría en el momento en el que era claro que estaban mintiendo), y por la rampante transfobia y misoginia que este tipo de declaraciones disparan en redes sociales.
TUDN, Milenio, Aristegui Noticias, Nmás, Azteca Noticias: en cuanto la historia (falsa) se viralizó, publicaron notas, materiales gráficos y hasta reportajes en televisión en donde “confirmaban” la condición trans de Imane mientras que colocaban a Cruz como una víctima inocente de un sistema que “busca borrar a las mujeres”.
Les tomó dos días a los medios confirmar lo que en pocas horas se les estaba reclamando en redes sociales: Imane no es una mujer trans en un país que, por legislaciones transfóbicas, le impedirían competir en un torneo oficial.
La información estaba al alcance de cualquiera: Khelif compitió por Argelia en los Juegos Olímpicos, como representante oficial de su país (uno en el que los derechos LGBT+ son prácticamente inexistentes y donde ser una persona trans conlleva una pena en prisión) no podría ser una mujer trans.
Al mismo tiempo, las propias declaraciones de Imane en otros medios a lo largo de su carrera lo confirmaron. Debido a que el tema seguía en tendencias en redes sociales, unos cuantos medios (muchos menos de los que hicieron el primer reportaje) confirmaron que, de hecho, Khelif no era trans. Pero, en vez de reconocer el error, tibiamente publicaron que fueron “confusiones de los medios”.
¿A qué se refiere El Universal con un “escándalo internacional”? Cuando toda la cobertura que hicieron del caso se basó en mentiras de un standupero, declaraciones timoratas de una boxeadora mediocre y el impulso de un discurso abiertamente transfóbico en redes sociales que, finalmente, puso en riesgo no sólo la carrera, sino la integridad física de una mujer cisgénero.
Ningún medio reconoció el error. Ningún medio enmendó su propia plana. Simplemente siguieron publicando notas como si no hubiera pasado nada, como si no hubieran puesto, otra vez más, los derechos de las personas trans a “debate”.
Sin condiciones para responder por su contenido, no hay presión para que hagan un mejor trabajo
Siempre que los gobiernos y la sociedad buscan regulación para los contenidos de los medios, de inmediato tanto ellos mismos como grupos de “libertad de expresión” consideran que se están violentando libertades básicas (y es posible que eso ocurra: errores de los medios en otros países han generado legislación que permite la censura estatal).
Sin embargo, también es evidente que los medios no se pueden regular a sí mismos, menos en un ecosistema que exige constantemente contenido cada vez más inflamatorio, mientras que los “modelos de negocio” impulsan peor precarización y menos capacitación de sus redacciones digitales.
Necesitamos mejores medios. Nos urgen mejores medios que, por lo menos, tengan los dos gramos de consciencia para reconocer sus errores.