Tradwives: por qué importa saber qué ocurre en línea
Este 'fenómeno' lleva varios años de apogeo en EUA y sólo se necesitó una creadora de contenido española para que todos pusieran atención
Una creadora de contenido española, que se había dedicado con éxito moderado a ser una “influencer de fitness” decidió hace un par de semanas dar un giro a sus cuentas: dejó de dar consejos de ejercicio y comenzó a grabarse haciendo comida desde cero, con una voz en tono aniñado y un discurso altamente conservador respecto a roles de género.
Roro, como se hace llamar en redes, no es la primera “tradwife” de habla hispana (esposa tradicional, término calcado de la tendencia en Estados Unidos), pero sí es la primera que rompe las fronteras nacionales y de plataformas —sus videos son vistos por millones de personas en Tiktok, Instagram, YouTube Shorts y Twitter—, y ha disparado una conversación un tanto tautológica sobre el fenómeno de las “tradwives”.
Las dinámicas de las plataformas digitales, que priorizan la rapidez antes que la calidad, han disparado que medios y creadores de contenido se lancen a explicar desde cero qué es esta “tendencia”, sin problematizar ni contextualizar los orígenes de este tipo de contenido y de creadoras.
Todas estas notas “explicativas” y los medios que las publican caen, una y otra vez, en las trampas que, desde la aparición de GamerGate, han aprovechado los grupos digitales de ultraderecha para normalizar su discurso más radicalizado: dan por sentado que estos contenidos y el discurso que promueven son dichos con sinceridad y sin otra agenda más que “confrontar” el “statu quo de los roles de género actuales”.
En la urgencia de alcanzar una buena posición en Google Search (y, también por la incapacidad de tomarse en serio las guerras culturales y los discursos en redes sociales), ninguna de las notas y la gran mayoría de los contenidos de creadores de contenido informativo en español, toma en cuenta la creciente producción de contenido crítico respecto al fenómeno en los Estados Unidos: no consideran los tiempos en los que este movimiento cobró relevancia y viralidad, ni los testimonios de ex-tradwives que ya están publicando en medios de relevancia mundial (como Rolling Stone, el Washington Post o hasta el transfóbico y sionista New York Times).
Lo que la mayoría está haciendo es señalar a una sola creadora como la responsable directa de "la controversia” o de ser la creadora de la tendencia en redes sociales, apenas con breves menciones a su origen, y, de nuevo, dando por sentado que este performance (porque eso es lo que es: una actuación) se hace sin otra agenda más que para mostrar una “decisión” sobre la vida cotidiana del personaje que vemos en pantalla: de acuerdo a esa narrativa, el movimiento no es más que mujeres que deciden activamente hacer su vida imposible haciendo nuggets desde cero porque “se le antojaron” a su esposo o a su novio, lo que invisibiliza lo que ese discurso no dice pero ejecuta: la imposición de mandatos de género anacrónicos que, también, son construcciones falsas de hace 70 años.
Revivir propaganda sexista: la vieja confiable de la ultraderecha
Como ha escrito Judith Butler en varios de sus libros, el género es una construcción performativa y, no por eso, podemos decir que sea algo que “no exista”, sino que, como constructo social, existe dentro de las dinámicas de nuestra sociedad, en las políticas públicas y en la violencia que se ejerce contra las personas que desafían su “normalidad”.
Luego de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, la sociedad estadounidense se enfrentaba a una crisis: cómo convencería a las decenas de miles de mujeres blancas de clase media que se sumaron al mercado laboral —hago esta distinción porque, como escriben Angela Davis, bell hooks o Audre Lorde, para las mujeres racializadas pobres, no trabajar nunca ha sido una opción.
El crecimiento de la publicidad enfocada en el mercado “femenino”, los roles tradicionales previos a la guerra y el desarrollo de tecnología “para el hogar”, así como un incremento de financiación federal para la industria fílmica, facilidades fiscales y bancarias para adquirir casas y alentar el consumo por familia… todo eso, construido alrededor de un ideal de lo femenino que no existía más que como excepción: la vida suburbana de la clase media alta blanca.
La aparición de las tradwives en redes sociales está profundamente vinculado con la extrema derecha estadounidense y forma parte del mismo discurso altamente misógino que ha radicalizado a miles de hombres jóvenes.
Estas creadoras de contenido son el “otro lado” del discurso incel (por “involuntary celibate”, “involuntariamente célibe”), de los “defensores de los derechos de los hombres” y personajes tan variados como Donald Trump, Elon Musk o Jordan Peterson: lo que muestran en sus videos es el alineamiento “voluntario” de mujeres a un orden patriarcal sumamente violento que ve a las mujeres solamente como trabajadoras domésticas y fantasías sexuales.
Este papel es fácil de reproducir en videos cortos con recetas imposibles: Roro no cocina si no es para satisfacer los antojos de “Pablo”, jamás por decisión propia, por su antojo o porque sea una actividad que le guste o le haga sentirse plena… Como personaje y discurso ideológico es fácilmente reproducible, especialmente en sociedades en creciente polarización política y social (como España o Argentina).
Sin embargo, como praxis y como parte de la vida cotidiana, es una experiencia sumamente violenta, que cancela cualquier posibilidad de autonomía y que entra en conflicto inmediato con los mismos valores que tienen las mujeres blancas de clase media en la actualidad.
Por qué sí importa abordar las “guerras culturales”
Desde el 2016 hemos visto el avance no sólo de la ultraderecha por todo el mundo, sino también hemos presenciado un cambio profundo en cómo el discurso político y electoral mueve multitudes.
Falta mucho para que podamos medir más allá de ‘vibras’ el impacto tanto del COVID-19 como de los meses de aislamiento (para un porcentaje alto de personas, pero no todas), pero sí podemos inferir, tanto por el incremento masivo de usuarixs de redes sociales como por la radicalización de grupos poblacionales enteros, que la pandemia sólo vino a complejizar más este giro a la derecha.
Lo que antes se insinuaba con guiños y eufemismos hoy se canta en las convenciones masivas, se dice en los discursos de políticos y en los noticiarios más vistos. El crecimiento de la ultraderecha a nivel mundial sí ha sido facilitado por una clase empresarial con demasiado dinero e influencia, pero también ha sido normalizado por el empuje de “guerras culturales” que, luego, se convierten en políticas públicas contra los grupos históricos vulnerados de siempre.
Lo que empieza como tendencias de redes que no se logran explicar fácilmente a lxs editorxs y a una audiencia alejada del discurso de redes, si se deja sin vigilar y se cubre mediocremente como lo están haciendo ahora con las tradwives, se puede convertir en un axioma de una campaña de ultraderecha, tal como reportó Joshua Green en Devil's Bargain sobre el fenómeno GamerGate y la campaña de Donald Trump del 2016.
Estas conversaciones deben de ser medidas no sólo debe por el calendario electoral, también porque tienen efectos profundos en el día a día de los grupos históricamente vulnerados: así como desde el 2018 la ultraderecha republicana ha demonizado a la población LGBT+ y, hoy, hay más de 600 legislaciones prohibiendo desde ondear banderas del Pride hasta la existencia de personas trans, hoy lo están haciendo contra los derechos y autonomía de las mujeres cisgénero: la abolición de Roe v. Wade (la despenalización del aborto a nivel federal) fue sólo el primer paso de un camino que ya están diciendo en público y termina en la anulación del derecho al voto, la prohibición del divorcio y cualquier otro derecho básico logrado tras décadas de lucha feminista.
Necesitamos medios y periodistas que se tomen en serio los discursos en redes sociales, que entiendan cómo operan y no para “optimizar performance”, sino para comprender sus movimientos, criticarlos y dar contexto. Necesitamos mejores medios, pero, como siempre, sólo tenemos negocios.