Cuando la Academia da vuelo a la transfobia
Por qué es urgente que la Academia reconozca su complicidad en la normalización del odio
Esta conferencia fue leída durante el coloquio “Universidad sin transfobia”, organizado por el Colegio de Bioética en la sala José Gaos, luego de que el pasado 22 de marzo de este mismo año en ese mismo espacio invitaran a Laura Lecuona. El Colegio, también, ha albergado hasta el día de hoy, una plática de Lecuona sobre su libro Cuando lo trans no es transgresor en su canal de YouTube.
Mi texto supuestamente tenía que ser sobre la representación trans en medios de comunicación y cine, sin embargo no fue así: luego de una excelente presentación de Gabrielle Ramos, filósofa y maestra de la FFyL, donde expuso los profundos fallos del Colegio y la imposibilidad de resarcir el daño provocado.
Publico mi conferencia completa con pequeñas ediciones para que sea más fácil la lectura.
Cuando la Academia da vuelo a la transfobia
El pasado 22 de marzo, en este mismo espacio y (espero) con una audiencia diferente a la que hoy ha participado en este coloquio, Laura Lecuona leyó un texto que poco se diferencia de lo que ha escrito en los últimos años: una diatriba de falsedades y discurso de odio mal disfrazada de “feminismo crítico” contra las identidades trans y las disidencias sexogenéricas.
En un panel que no le rebatió nada, e hizo lo mismo por confrontar esas mentiras, la tránsfoba más conocida del país utilizó, una vez más, una plataforma institucional para posicionar un discurso que, por todo el mundo, legitima legislaciones genocidas y, como seguramente ampliará mejor Michelle, llevan al transcidio.1
Seis meses antes, el 21 de septiembre del 2021, Renata Turrent utilizó su programa en Capital 21 para que dos miembros de la LGB Alliance (un grupo transfóbico que se hace pasar por un “colectivo por los derechos de la diversidad”) difundieran el mismo tipo de discurso en otra plataforma mediática e institucional. La condición de medio público de Capital 21, administrado por el gobierno de la CDMX, permitió que se pudieran poner en funcionamiento mecanismos de defensoría de las audiencias, mismos que el canal desestimó y obedeció parcialmente sin ninguna consecuencia para Turrent y su equipo de producción.
Lo que une estos dos momentos de la transfobia y su organización transmediática y partidista es lo que voy a ir deshebrando en este espacio: el que estemos viendo con cada vez más frecuencia a personajes que difunden odio en todos los espacios no es debido a una “popularidad inusitada” del discurso transodiante, ni a que “los trans estén llevando esto a los extremos”, sino a la organización en complicidad con la academia y valiéndose de las redes sociales y la terrible condición actual de los medios digitales.
En esta participación no analizaré sus dichos ni nada de lo que dijeron o ellas o les invitades en el programa: personas mucho más capaces y brillantes ya le han dedicado libros enteros, podcasts y papers a desmentir todos y cada uno de los argumentos desde la ciencia, la filosofía y hasta la lingüística y la ciencia jurídica, sin que eso haya mellado en lo más mínimo, el avance y popularización de sus “argumentos”. Lo que haré aquí, más bien, será hablar sobre la respuesta, tanto de ellas como de las instituciones, y qué podemos hacer para confrontar la ineptitud mediática y la manipulación y la organización de las transfóbicas.
Las respuestas a las protestas
Ruby Hamad es una periodista australiana de ascendencia libanesa, desarrolla en White tears / Brown scars las formas como las mujeres blancas con privilegios de clase y capital cultural responden a las más ligeras críticas, específicamente las hechas por personas racializadas y de las disidencias sexogenéricas.
Estas personas, relata Hamad, explotan estereotipos femeninos que, curiosamente, son a los que dicen que se oponen los feminismos “críticos de género”: la constante vulnerabilidad y la sensibilidad extrema. Estas reacciones se enfocan tanto en el tono y en cómo “afectan” a las señaladas que desvían e, incluso invisibilizan los mismos señalamientos, lo que deja a las personas crítica como “atacantes” y “victimarixs” de alguien que “sólo estaba haciendo preguntas”.
Tanto Lecuona como Turrent –o Carolina Sanín o J.K.Rowling– siguen la misma estrategia de negar cualquier violencia en su discurso, mientras desplazan la amenaza real de la transfobia a la imaginaria de una horda deshumanizada de personas queer que, al mismo tiempo, es tan poderosa como para dominar la ONU, y tan débil que les pedimos por favor el reconocimiento de nuestra existencia.
Y es esta reacción en “defensa” de un ente imaginario la que es mediatizada y frente a la que se responde institucionalmente: se les invita a mesas de debate, les publican columnas y hasta tienen reuniones con personas en posiciones de poder político. Este mismo coloquio no hubiera ocurrido si no hubiera sido por el gravísimo error de dejar entrar la transfobia por la puerta pequeña.
La coyuntura en la que están ocurriendo estos avances transfóbicos nos urge a atender con mayor atención las herramientas retóricas y narrativas que están armamentando desde el feminismo transodiante, pero también cómo están valiéndose de estrategias electorales y de la situación cada vez más precaria del periodismo mexicano y latinoamericano.
Los medios y la amplificación de la transfobia
Como lo analizamos en el informe Polarización y transfobia: Miradas críticas sobre el avance de los movimientos antitrans y antigénero en México, publicado a través de Comunal, a la par de estos performances públicos y mediáticos, la transfobia ha avanzado en la región gracias a la constante importación de noticias falsas y desinformación del Norte Global.
Fuera de muy contados casos, los medios mexicanos han replicado un modelo de negocios que les exige generar constantemente contenido con manos cada vez menos preparadas y peor pagadas: la gran mayoría de las redacciones tienen un sólo objetivo, y es el número de visitas en sus sitios web. Esto, sumado a las dinámicas algorítmicas que movilizan el contenido en el Internet ha impulsado una carrera hacia abajo en la capacidad de generar contenido crítico y de calidad, al mismo tiempo que ha reducido las opciones reales de información para las audiencias.
A través de herramientas de monitoreo en redes sociales y Google, estas redacciones seleccionan temas virales o “clickeros” sin importan la ética o las implicaciones políticas y de derechos humanos de la notas [en este apartado, cité los casos analizados en el informe Polarización y transfobia: Miradas críticas sobre el avance de los movimientos antitrans y antigénero en México].
Estas notas fueron creadas en contextos políticos específicos para desestimar y ridiculizar una lucha por derechos básicos en el norte global: son rage-bait* con una agenda política y “enemigos políticos” específicos que, al traducirse y eliminar todos los matices y especificidades, se convierten en notas contra todo un colectivo y una agenda política tan amplia que al mismo tiempo refuerza el mensaje original y despolitiza todo reclamo y lucha política.
Las dinámicas de replicación de contenido de odio se repite en todos los medios y sobre todos los temas: la importación no para con temas exclusivamente LGBT+, también se nutren de las notas que atraviesan la equidad racial y de género, pues los pánicos morales estadounidenses marcan el ritmo de estas agendas: “cancelaciones” falsas, críticas infundadas y abiertamente racistas al casting de una actriz afrodescendiente, una persona gorda en publicidad de ropa…
Siguiendo a los feminismos negros, indígenas e interseccionales, no podemos ver la transfobia como un mecanismo de opresión aislado: así como sabemos que el feminismo transodiante miente al decir que la única opresión de una mujer es su sexo, estas violencias se nutren también del racismo y la colonización, del capitalismo y el capacitismo. Sin mecanismos reales para confrontar a los medios que replican estas violencias y sin forma de exigir rendimiento de cuentas por los discursos que no sólo replican, sino que normalizan, los medios tienen pocos incentivos reales para dejar de replicar la transfobia y, créanme, las personas trans que trabajamos en ellos estamos hartxs de ser el único dique para contener la transfobia cristalizada en las redacciones.
Ruby Hamad escribió White Tears/Brown Scars como una expansión completa y compleja a un artículo que publicara en la edición australiana de The Guardian: ese texto fue tan axial para la discusión de temas de racismo “normalizado” dentro de los espacios de trabajo que, todavía el año pasado, fue utilizado como argumento en diversos juicios por violencia laboral en los Estados Unidos.
Su artículo y, luego, su libro, ha servido para algo en la práctica y la vida cotidiana: desmontar el aparato de suposiciones violentas y misóginas que explotaba la blanquitud. Más que debatir con personajes como Lecuona o Turrent, urge desarticular su organización, hacer evidente su estrategia para no dejarlas dar un paso más.
El otro lado: ¿y cómo nos organizamos las personas trans?
Escogí estos dos momentos de la institucionalización de la transfobia no sólo porque me servía narrativa y retóricamente, sino porque también fueron dos momentos muy importantes para mí y las personas trans cercanas a mí.
En septiembre del 22, tras la pifia de Capital 21, nuestro informe cobró cada vez más forma, Comunal arrancó la campaña #OjoConLosMedios, y de todo el conocimiento compartido en esas sesiones y en las protestas se articuló una silueta de lo que terminaría siendo nuestro informe; en marzo, un día después de que Lecuona participara sorpresivamente en el que, todavía hoy, sigue sin hacerse público el proceso por el que fuera invitada, presentamos Polarización y transfobia, en una librería repleta de gente trans y queer, de amistades y familia elegida, de personas de medios que sabemos no sólo aliadxs sino cómplices y compañerxs en la lucha contra el cis-tema.
https://twitter.com/KafSofit/status/1598497750332620800?s=20
Las personas trans siempre hemos existido y siempre hemos resistido: muchxs no teníamos las palabras ni las herramientas para nombrarnos, pero las hemos ido descubriendo y hemos creado las propias: parecería irónico, cuando menos, o contraintuitivo luego de todo lo que acabo de decir, pero necesitamos con urgencia mover el foco de atención de las personas transodiantes y su violencia: que no se malinterprete, necesitamos seguir viendo lo que hacen y entender los mecanismos por los que su discurso es efectivo en contextos específicos, pero eso no debe de convertirse en nuestra única defensa ni en la única estrategia para combatir el odio.
Su estrategia también es el desgaste y el hartazgo: apuestan por nuestra desesperación y cansancio. Tenemos mucho gozo, tenemos una familia elegida enorme, tenemos mucho por qué resistir.
La lectura de Gabrielle, que fue más una cátedra de lógica, ocurrió antes que mi conferencia. Cuando escribí el texto, estaba primero ella, de ahí que fuera presentada así.