De libros de texto, pánicos morales y periodismo
Dicen que acusaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias... Probablemente en este estadio de los medios mexicanos, eso ya no sea necesario: y tenemos que preocuparnos
Quizá a estas alturas dar contexto está de más: llevamos cinco días viendo videos, compartiendo memes y revisando las tendencias de ex-Twitter con los mismos nombres, mismas palabras clave. Sin embargo, creo que es importante recordar brevemente qué pasó y por qué estamos hablando de libros de texto y comunismo.
Este fin de semana, varios medios de comunicación tuvieron acceso a los nuevo libros de texto gratuitos que —de forma no del todo legal, según diversos expertxs— buscan impulsar una reforma educativa. El proyecto ha sido coordinado desde el 2019 por Marx Arriaga, mejor conocido por destruir el programa comunitario de la Biblioteca Vasconcelos, y se ha enfrentado a múltiples controversias: desde la falta de pago a ilustradores y su nula transparencia, hasta la utilización de mecanismos coercitivos dentro del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación para “convocar” a maestrxs experimentadxs en planeación y ejecución de estrategias pedagógicas sin los pagos correspondientes.
Ninguna de estas controversias fueron las que estallaron con el acceso a los materiales educativos, sino algo que parece sacado del reaganismo de los años 80 o el pánico rojo. Según los noticieros de Tv Azteca, estos nuevos materiales educativos serían los responsables directos de “esparcir el virus del comunismo” en la educación básica de todo el país. Dejo que mejor los videos hablen por ellos mismos:
Antes de seguir, una aclaración: esta pieza no es un análisis sobre los libros de texto, sobre su calidad o sus fallas, o sobre el proceso institucional que siguieron —o no—, sino sobre los medios y cómo deciden renunciar al “periodismo” que dicen defender con tal de mandar un mensaje político.
Editorialidad: la opinión como guía periodística
A lo largo del 2021 y el 2022, el New York Times, uno de los periódicos más influyentes del mundo, mantuvo una cobertura medianamente imparcial1 alrededor de la ola de legislaciones anti-LGBT+. Como muchos medios internacionales, el NYT optó por un posicionamiento “apartidista” frente a una crisis de derechos humanos que, si bien mantenía un seguimiento actualizado de la situación, poco hacía por dar un contexto claro y crítico ante las ya más de 500 iniciativas de ley que criminalizan la existencia de personas trans en al menos 35 entidades de los Estados Unidos.
Sin embargo, la sección de opinión del NYT estuvo constantemente dominada por comentadores de derecha y anti-trans que publicaron, sin reparo ni fact-checking alguno, piezas que luego fueron utilizadas en decenas de iniciativas de ley anti-trans. GLAAD, junto con cientos de periodistas e, incluso, colaboradorxs del NYT, firmaron una exigencia al periódico en febrero del 2023: en ese documento se hacía una relación detallada de columnas de opinión, del uso político que se le dio y se le exigía a la dirección editorial del medio que, si en verdad considera un estándar periodístico en toda su organización, tendría que hacer un mejor trabajo, reconocer el error y hacer esfuerzos de no repetición.
La respuesta de la dirección del medio dejó claro que la postura de su sección de opinión era muy similar a la que tenía el medio como institución: se amenazó a lxs colaboradores, redactores y periodistas que firmaron la petición, al mismo tiempo que ampliaron las filas de columnistas con abogadxs, políticxs y lobbystas antiderechos.
De la misma manera, un año antes de lo ocurrido con el NYT, la BBC se enfrentó a una crítica mucho más directa de activistas trans luego de un reportaje “especial” que no sólo reafirmaba la “urgencia” de posturas antiderechos, sino que entrevistaba a personas acusadas (y en procesos judiciales) por múltiples agresiones sexuales.
En México hemos tenido situaciones similares, en las que medios de comunicación con fondos públicos han dado cabida (y siguen dándola) a personas antiderechos que han hecho una carrera alrededor del odio, como Renata Turrent y su espacio, “El Aquelarre”.
La justificación de todos estos medios es que “el tema trans” es una discusión abierta y viva, por lo que es importante “escuchar todas las opiniones”, pues el periodismo tiene la obligación de “no tomar partidos”. Sin embargo, esa “tolerancia” y “apertura al debate” se reduce a dar voz a grupos de odio: la BBC, por ejemplo, ha llegado a censurar reportajes críticos de la transfobia institucional y, como el NYT, despedir a periodistas críticxs con las posturas del medio.2
Estas posturas “centralistas” o, como les gusta etiquetarse “imparciales” no sólo no lo son, sino que rompen las supuestas exigencias máximas del periodismo que dicen ejercer: esas columnas de opinión, esos reportajes, esos perfiles presentan información falsa o fuera de contexto, deciden ignorar voces especializadas y dedican poco tiempo en cuestionarse si la propia postura del medio o de los periodistas específicxs no está ya sesgada en contra del grupo vulnerado.
Incluso si damos el beneficio de la duda: que sus fuentes fueron quienes proveyeron información falsa, que no tenían conocimiento del historial de violencias de unx entrevistadx, que decidieron ignorar el contexto de violencia extrema contra las personas trans en los Estados Unidos e Inglaterra, lo que nos queda son periodistas incompetentes, sin capacidad de investigar, sin curiosidad crítica y sin la atención al punto de inflexión en el que sus reportajes y opiniones se introducirán.
Eso, o tenemos un enorme grupo de periodistas plenamente conscientes de lo que están haciendo con esos reportajes y opiniones: saben las agendas que impulsan (allende de que crean en ellas o que “solamente” estén construyendo su carrera sobre el odio) y están dispuestxs a soportar críticas de activistas y organizaciones, pues se saben apoyadxs por el medio en el que publican.
Creo que “el tema trans” sirve como un botón de muestra claro frente a posturas editoriales y prácticas periodísticas que fallan el supuesto “deber social” que tienen los medios de comunicación y los periodistas. Y esto es lo que vimos con el caso de los libros de texto y el terror rojo.
Terror rojo y desmentidos en TikTok
Regresemos al fragmento de Hechos AM, porque lo que aquí se dice, y la respuesta que tuvo de una usuaria de TikTok evidenció el poco tiempo de preparación que se le dio a una “campaña” que, pareciera, su único interés era el aterrar a su audiencia, no informarle.
Lxs presentadorxs se toman un buen tiempo en los temas usuales de pánicos morales: el lenguaje “inclusive”3, los comentarios ya hechos con anterioridad y que para esa hora ya eran lugar común: las matemáticas, los errores ortotipográficos, etc.
Luego, revisan una lectura del libro, que señalan como “discriminatoria” y “violenta” contra las personas no indígenas, a lo que le siguen acusaciones de “polarización” y “segregación”. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que una usuaria de TikTok se diera a la tarea de revisar tanto los libros de texto como la lectura señalada en el programa.
No tardó mucho en descubrir que era un escrito hecho por una niña indígena, que era del 2014 y que los señalamientos que hicieran lxs presentadores eran falaces e incendiarios… eso sí, lamentándose de la “polarización” que este gobierno, dicen, ha instaurado en el discurso público.
La tormenta de “análisis” que se dio a lo largo de la semana abrió la puerta para grupos antiderechos, pánicos morales antiLGBT+ y dejó poco espacio para revisiones e investigaciones oportunas y claras sobre los problemas que sí tienen los libros y sobre las preocupaciones oportunas y válidas sobre algunos de los contenidos que se muestran en las versiones para el alumnado.
A propósito o no, los gritos infundados sobre “comunismo” acallaron cualquier oportunidad de diálogo necesario (y urgente) sobre el estado de la educación básica en nuestro país.
Tal como escribía en el apartado anterior, dándoles el beneficio de la duda o señalando el oportunismo de la campaña completa hace poco por avanzar en una discusión necesaria y demuestra, una vez más, que quienes tienden a gritar más fuerte no son ni los que tiene tienen razón ni los que deberíamos de estar escuchando.
Como han escrito periodistas, investigadorxs y activistas como Parker Molloy o Erin Reed, incluso una cobertura “imparcial” en este ataque frontal contra las identidades trans en los Estados Unidos es un ejercicio de poder sobre los grupos vulnerados, pues en pos de la “imparcialidad” se hace un lado los procesos ilegales y de limpieza social que están ejerciendo los gobiernos republicanos, la tibieza brutal de buena parte del partido demócrata y se tiñe, también, la resistencia trans como un acto de “violencia” que decide ignorar que, en buena medida, es un ejercicio de defensa legítima.
Diversas organizaciones exigieron a Capital 21, el medio público en el que Turrent le dio espacio a personas antiderechos, que siguiera sus propios protocolos contra la violencia de género y discurso de odio. A través de la campaña #OjoconLosMedios y en varias manifestaciones frente a las oficinas del organismo público, se logró presionar lo suficiente para que se iniciaria una investigación por parte de la Defensora de las Audiencias de C21 que determinó que, en efecto, Turrent, su producción y sus invitadxs incurrieron en violencia y discurso de odio, se les obligó a dar una disculpa pública y tomar medidas para asegurar la no repetición. La disculpa, grabada por Turrent, ya no está disponible en el canal de YouTube del medio, y C21 nunca tomó medidas para evitar que algo similar vuelva a ocurrir.
Porque por supuesto que el presentador iba a hacer un “chiste” sobre las identidades nb. En el fragmento que leyó, como puede apreciarse en el fragmento, ni siquiera se menciona el lenguaje inclusivo, sino a las identidades que no caben dentro del binarismo sexo-genérico: explícitamente dice el texto “todas, todos y todes”.