Emilia Pérez y los límites del fact-checking
Cuando estamos frente a una ficción, ¿de qué nos sirve decir que algo es verdadero o falso?
Llevo semanas viendo en redes comentarios y análisis sobre Emilia Pérez, sobre su incapacidad para reflejar críticamente la realidad mexicana, sobre lo patético de sus letras, coreografía y música, sobre las respuestas exageradas y victimizantes de Karla Sofía Gascón a las críticas más simples… y creo que no puedo seguir evitando el tema.
Yo no hago crítica de cine, al menos no la hago en este newsletter, y por ello me voy a tomar el gusto de brincarme un elemento central para hacer críticas a una película: verla. Como escribe Freddy Campos en su reseña, la decisión de muchas personas en redes sociales (me incluyo) de criticar una película sin verla, es un espejo irónico a la decisión de su director de representar un país en crisis sin entenderlo.
Campos, también, hace una analogía fascinante que me voy a permitir ampliar: en su texto, toma la premisa de un cuento de Jorge Luis Borges, “Del rigor de la ciencia”. En su texto, Freddy se cuestiona cómo los aparatos ficcionalizadores y, también, las exigencias de verosimilitud y “verdad” operan cuando se trata de acercarnos a películas como Emilia Pérez1:
Borges plantea la existencia de un mapa tan preciso y colosal que termina por suplantar la realidad misma. En ese caso, ¿qué es lo que vemos? ¿Es el mapa una representación de la ciudad, o es la ciudad un reflejo de lo que los cartógrafos quisieron poner en el mapa?
Esta metáfora, que cuestiona la preexistencia de la realidad frente a la resistencia de lo simbólico, me parece adecuada para abordar el que, a mi juicio, es el problema central de Emilia Pérez.
La película intenta ser una representación “fiel” de la realidad que proyecta, pero al hacerlo, no logra acercársele. Por el contrario, la aplasta con la ignorancia y la mediocridad de un autor que se escuda tras una pretensión artística que invalida la profundidad de sus temas en aras de un discurso personalísimo. Este discurso, que Audiard asume universal, desprecia la forma en favor de un fondo que resulta igualmente superficial.
La poética del prejuicio: los mapas sobre la realidad
Pocas metáforas están tan gastadas como la del Dios-escritor/director/artista: la figura omnipresente que decide cada elemento del universo que va creando y la función de cada átomo, escopeta recargada en la pared o personaje secundario con el que el protagonista se cruza en una calle a la media noche.
Y digo que está quemada porque, si bien ya no nos sirve para hacer análisis serio, todavía es una relación que muchos artistas siguen manteniendo con su obra, sean consciente de ello o no.
El problema con Emilia Pérez, como escribe con brillantez Nicolás Ruiz en su reseña para Nexos, es la incapacidad de su director, Jacques Audiard, para romper con su propia explicación del mundo “real” dentro de su propia ficción. Como decía Campos en su texto, el mapa ficcional del mundo se tiende y aplasta esa realidad compleja, llena de matices y grises que serían mucho más ricos y urgentes de retratar.
Hacer un análisis sobre qué falla de la representación de Emilia Pérez sobre el sistema penal mexicano o sobre la crisis de desapariciones que vive nuestro país desde el calderonato es caer en la trampa obvia de Audiard: del mismo modo como la crítica del Norte global ha interpretado esos temas verosímiles (pero no veraces) como un “señalamiento urgente” a la crisis humanitaria en México.
Entendemos que una obra de ficción no es “factchequeable” porque, justamente, se trata de una ficción: los datos y complejidades del mundo “real” rebasan cualquier esfuerzo de hacer una narrativa “aterrizada”. Pero, también, como apunta Ruiz, tenemos que comprender cuáles son los orígenes de esa narrativa falaz que se retrata en la película. Si no vamos a hacer una corrección con datos, sí tenemos que analizar las razones ideológicas, políticas e históricas que consolidan una narrativa desde el prejuicio y la violencia colonialista.
La famosa entrevista en la que Audiard confirma, hasta con orgullo, que no tuvo que investigar nada sobre México para hacer su película también da claves para entender la distancia con lo retratado: ninguna de las historias que cuenta, ninguna de las locaciones en las que “se sitúa” —aunque ni una escena haya sido grabada en México, sino en Francia— implica algún tipo de cercanía del director con lo retratado.
No hay nada en riesgo de su propia identidad al construir ese mundo desde el prejuicio, no hay violencia ejercida contra ningún grupo social al que pertenezca. El mapa se convierte en la realidad, la ficción en una “explicación” de cómo opera el mundo.
Los límites del fact checking frente a las políticas de la ficción y el odio
Donald Trump apenas está cumpliendo una semana en la Casa Blanca. En medio de amenazas de desatar guerras colonialistas con sus aliados de la OTAN, cuatro días de golf en Florida y la confirmación de miembros de su gabinete que han sido catalogados por su mismo ejército como supremacistas blancos incompetentes para puestos de autoridad, el presidente ha firmado más de 150 órdenes ejecutivas que han dejado sin trabajo a miles de personas por “ser contrataciones inclusivas”, ha bloqueado el gasto en asistencia social en estados que no le favorecen políticamente y ha declarado que “sólo existen dos géneros” a nivel federal, lo que pone en riesgo un número desconocido de personas no binaries contratadas por el gobierno federal.
Todos y cada uno de esos “logros” en esta semana están anclados a interpretaciones falaces de la realidad: tanto las ciencias sociales como las “ciencias duras” han desmentido en los últimos 50 años las explicaciones racistas y cis-sexistas de la naturaleza humana, la economía y el impacto de poblaciones migrantes en países del norte global.
Esa misma semana, en Davos, Suiza, el presidente argentino, Javier Milei, utilizó su discurso en el Foro Económico Mundial para soltar una diatriba antigénero y antiderechos contra la población LGBT+ y los feminismos. Estos dichos dispararon varios ejercicios de verificación de datos: esta frase es falsa porque x, estos datos son mentira porque y… Pero tal como ocurre con Trump, ¿qué hacemos cuando la realidad no existe, pues estos grupos construyen sus políticas desde la ficción?
¿Cuál es el impacto del ejercicio de fact checking si simplemente se trata de señalar una frase como falsa, cuando hay todo un contexto político, ideológico y político que no se está basando en una realidad “compartida”? Esto no se trata sólo de discurso de odio, no se trata solo de “guerras culturales” ni de la tan manida (e inútil) “posverdad”, estamos frente a otra forma de comunicación política que, como si se tratara de un guión cinematográfico, no necesita la realidad para modificarla y afectarla. ¿De qué nos sirve el fact checking en estas circunstancias?
El odio a la visibilidad y ampliación de derechos para las poblaciones sexo y género disidentes no sólo es una “guerra cultural”, sino un ejercicio central del poder anti-derechos. Como escribe Judith Butler en su ‘ultimo libro, Who’s Afraid of gender?:
Quizá nuestros argumentos no tienen el poder de desmontar el miedo a la destrucción [del statu quo] que motiva el movimiento antiderechos. Este movimiento se ha anclado de la sensación de que el mundo está en un proceso de inmolación e incita el miedo para llamar al apoyo “moral” para destruir [el movimiento proderechos]. (p. 249)
Más allá de los datos, de los estudios y el conocimiento sobre biología avanzada y sociología que construyen los argumentos que desmienten estos discursos, tenemos que encontrar y trabajar la raíz ideológica y política de esas narrativas.
Como han señalado desde el 2018 lxs autorxs de The Oxygen of Amplification, es importante (y urgente) entender los efectos no esperados del fact checking: la amplificación de los discursos de odio, la incapacidad del desmentido de comunicar emocionalmente como sí lo logra el odio, el empuje algorítmico que tiene la desinformación…
Como Audiard no tiene reparo en consolidar narrativas dañinas contra las poblaciones del sur global y presentarlas en sus películas como explicaciones “despersonalizadas” de cómo opera el mundo, del mismo modo estas políticas de la crueldad y el odio “explican” y “corrigen” un mundo que no existe, pero que cobrará en sangre contra los mismos grupos históricamente vulnerados de siempre.
Así como supuestamente entendemos que la ficción no es equiparable ni ‘factchequeable’ con la realidad, también deberíamos de apostar por otra forma de confrontar las políticas de odio más allá de la superioridad moral de saber que no están basadas en nada más que prejuicios.
El (nada) inesperado éxito de la propaganda
Como coda, más que como cierre de este texto, quiero detenerme en un elemento muy comentado sobre Emilia Pérez: cómo un trabajo tan mediocre está siendo galardonado en cada entrega de premios, cómo tiene 13 nominaciones al Óscar si, hasta parece obvio, se utilizaron herramientas de inteligencia artificial generativa (como ChatGPT) para su creación.
Como comentó Imane Barbari en un tiktok la semana pasada, el empuje en la temporada de premios de esta película no es a pesar de su uso de IAG, sino debido a que utilizó esas herramientas. De todas las películas musicales que han sido nominadas este año, sólo un par no utilizaron herramientas como ChatGPT en algún punto de su creación. Si bien Emilia Pérez es el caso más obvio por sus errores evidentes en la traducción al español, estamos viendo un empuje final al poder de las grandes productoras luego de lo que consideraron una derrota tras la huelga de escritores y actores en 2023.
Cuando hasta los productos culturales que nos ayudan a imaginarnos mundos posibles están siendo generados con herramientas de plagio y replicación masiva, ¿qué hacemos con esta “realidad” donde el discurso y el odio se posicionan por encima de la construcción de mundos posibles?
Voy a hacer un giro quizá demasiado extremo, pero justo veo en la respuesta al bodrio de Emilia Pérez desde la comedia y la parodia un momento de esperanza y de confrontación directa. Johanne Sacreblú es un cortometraje que tomó y reflejó en un espejo de feria todo lo que Audiard tomó en serio de su película: los estereotipos ridículos y caricaturescos, los acentos falsos y mal estudiados y la música ajena a la tradición nacional que dice representar es todo lo que una herramienta de IA generativa jamás va a poder procesar.
Además, no debemos obviar cómo Johanne Sacreblu fue un esfuerzo colectivo de gente que no tenía nada que perder, que hicieron comunidad en los días de grabación y que produjeron algo con mucho más mérito que una película con 13 nominaciones al Óscar.
En una publicación de Threads, el académico y crítico de cine, Ignacio Sánchez Prado escribe que hay un problema complejo al hablar de aparatos culturales que ficcionalizan una realidad compleja: la ruptura de un pacto interpretativo desde la audiencia que busca leer todo “primero y ante todo” como un documental. Lo que apunta Sánchez Prado creo que es central cuando buscamos analizar cómo operan estas respuestas de enojo frente a productos como EP, y es una pregunta muy importante que, lamentanblemente, no cabe en este ensayo que, de por sí, va a irse a lugares medio insospechados.