Nunca se ha tratado de hipocresía: ¿por qué (y para qué) seguimos señalando fallos morales a transodiantes?
Sí, no les preocupan las infancias ni la violencia contra las mujeres, pero al responderles sólo con sus fallos individuales, seguimos discutiendo en sus términos
Desde el 9 de febrero, cuando América Rangel presentó su iniciativa legislativa transodiante en el Congreso de la CDMX, no he dejado de ver una dinámica en Twitter que me frustra mucho: principalmente porque ya la hemos visto fallar en un sinfín de ocasiones. Señalar la “hipocresía” de sus argumentos falaces y discutir con la diputada local (y las cuentas transfóbicas que la apoyan) sobre lo falso de sus argumentos.
Muchas de estas dinámicas se hacen en medio del enojo y la frustración, y son impulsadas por cómo está diseñada la plataforma de Twitter. Pero también se ha convertido en parte de una estrategia más amplia que replica muchos de los fallos internacionales: mesas de debate, columnas de opinión y coberturas mediáticas que no sólo fracasan en construir contranarrativas efectivas, sino que argumentan desde el marco que los grupos transodiantes ya diseñaron.
La entrega de hoy saldrá un poco más tarde que de costumbre y quizá sea un poco más larga que las pasadas, pero tenemos mucho que hablar. Espero me acompañen.
Violencia transfóbica y racista en el 8M
Acaba de pasar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y, como todos los 8M, se realizaron múltiples marchas en cientos de ciudades de todo el mundo. En ellas, en la gran mayoría, hubo momentos de tensión por grupos transodiantes que, incluso sin ninguna persona trans cerca de ellas, cantaban consignas de exclusión y llevaban pancartas que recordaban cuál es su objetivo último.
En la CDMX, estos contingentes sí atacaron a dos mujeres trans racializadas: Mikhaela Durand ha sido el objetivo de violencia y acoso digital por meses (sino es que años) por cuentas coordinadas por personalidades transodiantes, y ese odio y violencia se convirtió, finalmente, en una agresión física.1
El ataque se da, además, en el medio de una ola de discurso e iniciativas legislativas transodiantes impulsadas por el PAN y por personajes que una y otra vez han hecho campañas contra el derecho de las mujeres y personas gestantes al aborto, contra el matrimonio igualitario y cualquier otra ampliación de los derechos de grupos vulnerados.
Esta violencia enfocada, específicamente, contra las mujeres trans, replica discursos patriarcales y colonialistas: es una amplificación clara y efectiva de las violencias de género que las mismas feministas transfóbicas “denuncian” (pero que reducen y reifican en los cuerpos y vidas de las mujeres trans). Y es por eso que sus alianzas, cada vez más evidentes y cínicas, con los grupos de ultra-derecha en Estados Unidos, España, Inglaterra y América Latina, más que “cobrar sentido”, le dan claridad a la agenda compartida.
La alianza TERF y derecha
No tengo tiempo aquí de ampliar sobre la filtración de miles de correos entre grupos feministas, políticos estadounidenses y organizaciones de extrema derecha, pero hay suficiente evidencia de no sólo comunicación, sino de alianzas estratégicas y asesoría política de parte de estos grupos para consolidar la ola anti-trans que, en Estados Unidos, tiene más de 400 leyes en discusión actualmente que, en pocas palabras, borraría a un grupo entero de la existencia.
Cuando se señalan estas alianzas, se hace, en muchas ocasiones, desde la sorna de la contradicción ideológica: “¿qué tanta necesidad de cancelar derechos trans que se alían con quienes quieren quitarles, también, todos sus derechos?”
El problema, tanto para la derecha como para los grupos transodiantes, es que no se trata de una contradicción: no es una traición ideológica ni un ‘sacrificio’ estratégico. Como escribe Laura Wagner para Defector2, “ esto nunca se trató de hipocresía:
Señalar la llamada "hipocresía” de la derecha puede hacer que la audiencia de Jon Stewart se sienta superior a sus oponentes políticos, pero no hace nada para, en realidad, construir un movimiento capaz de deponerlos y derrotarlos.De hecho, hace más daño que otra cosa: su arrogancia calma las sensibilidades de su audiencia liberal al mismo tiempo que oscurece las formas como el poder político se construye y se usa en este país. En un artículo escrito el año pasado, la escritora Lisa Duggan hablaba sobre el cliché de los políticos de extrema derecha y su supuesta “hipocresía” sexual, la nombró “sexualización de la inequidad”.
Estamos frente a un proceso similar: ¿de qué nos sirve, como colectivo agredido por las iniciativas presentadas por Rangel o Castell, señalarles fallas e incronguencias sino es para calmar nuestra sensibilidad y recordarnos que “somos mejores” cuando, al mismo tiempo, el discurso de odio corre desatado en redes sociales, medios y, también, congresos locales.
La máxima del Internet: No alimentar al troll
La diputada Rangel y la diputada federal por el Estado de México, Teresa Castell, no han dejado de pelear por Internet con decenas de cuentas de personas trans, no binaries y LGBT+ que han señalado tanto los errores fácticos de las iniciativas que presentaron en sus respectivos congresos, como por las más que evidentes contradicciones entre su discurso público y su actuar personal y su praxis política.
En ese sentido, y pareciera que tienen buena asesoría al respecto, ambas (junto con otros personajes de su calaña, como el ex-político neoleonense, Carlos Leal) no han dejado de publicara comentarios cada vez más incendiarios sobre una gran diversidad de temas: ya no sólo se trata de infancias trans, sino de violencia de género —que, al mismo tiempo, dicen que no existe y que son sujetas de ella por criticar y señalar los fallos de sus carreras e iniciativas.
Por mucho que haya sido hasta cierto grado “placentero” ver el debate entre Rangel y Tania Morales en televisión nacional, por mucho que Genaro Loznao haya hecho el mínimo trabajo necesario para confrontar la desinformación mal planteada de la diputada, tanto ese ejercicio como los constantes RT con comentario en Twitter no hacen más que amplificar un discurso de odio que, aunque nosotrxs lo sepamos falso y fantasioso, tiene el serio potencial de ser creído e interiorizado por las audiencias.
Y es que, como señala Robert Evans en su podcast Behind the Bastards, aquí y con estas personas no estamos debatiendo, siquiera, en la misma realidad tangible. Mientras que sigamos creyendo que dar RT es “combatir la desinformación”, no vamos a ver que estamos haciendo justo lo contrario: estamos dándole oídos a personas que saben, desde el comienzo, que todo lo que están diciendo son mentiras (o, que si las creen, tienen una base de realidad completamente diferente a la de la mayoría de la población).
Posdata: Y los medios siguen fallando
Escribo esto el mismo día que, desde grupos de odio, se organizó una marcha “contra el borrado de las mujeres”. Aunque sus objetivos son claros, aunque está siendo convocada por personajes célebres en la derecha más rancia y por organizaciones tan identificadas con la transfobia que está dejando de ser gracioso, aún así, los medios están otra vez fallando, como lo demostró esta mañana el tuit de Expansión:
Poco importó el posicionamiento que diversas ONGs, colectivas y personas trans y no binaries hicimos, la marcha está siendo cubierta por los principales medios como una “segunda marcha” del Día de la Mujer, justo como fue presentada por estos grupos transodiantes.
Más que hablar de la responsabilidad social que tienen estos medios, más allá de hablar de un “estándar periodístico”, creo que es necesario reconocer, tal como escribía en Twitter, que si el feminismo no tiene la posibilidad de negar que en sus mismos orígenes está el racismo y la transfobia, algo similar debería de ocurrir con el periodismo: es necesario y urgente que reconozcamos críticamente, como periodistas, que los estándares y los cánones de “imparcialidad” y “servicio a la comunidad” tienen bases no sólo liberales o capitalistas, sino de consolidación de statu quo que chocan, directamente, con la lucha por una sociedad más justa y equitativa.
Esta “imparcialidad” que los medios saben falaz en temas políticos, la defienden a pie juntillas en temas trans: el New York Times anunció investigaciones internas contra colaboradores, staff y periodistas que firmaron el comunicado señalando la cobertura transfóbica que ha hecho en los últimos años; la BBC ha negado derecho de réplica a cientos de personas trans luego de múltiples procesos penales y civiles por su propia cobertura trans… En México, Capital 21 enterró en su página el comunicado denunciando la transfobia de Renata Turrent.
Todos estos medios han defendido sus decisiones diciendo que están “defendiendo la imparcialidad y la libertad de expresión”. Todos. Como si nuestra identidad, como escribe Parker Molloy, se tratara de una corriente de pensamiento y no de eso: nuestro mero y ¿simple? derecho a existir.
Quisiera cerrar diciendo que “quisiera creer que, desde los medios, son conscientes del costo y el daño que están haciendo”, pero creo que estoy creyendo demasiado en personajes y estructuras que hace mucho dejaron claro quiénes son.
No voy a incluir aquí el video de la agresión, que ya se ha viralizado desde el miércoles pasado. La revictimización hacia Mikhaela, replicada por medios “aliados”, no aporta nada más que regodearnos en la violencia transodiante. Tenemos que romper ese ciclo.
El artículo de Wagner se centra en el video viral de John Stewart señalando la hipocresía de representantes republicanos que legislan contra personas trans “para defender a los niños”, mientras que se niegan a regular en lo más mínimo la posesión de armas en el país con la mayor tasa de muertes por heridas de arma de fuego.