Pánicos y vacunas: cómo empujar narrativas antivax por las interacciones
Los medios están poniendo en crisis el periodismo... y la salud de todxs
Eran finales del 2020, y los nueve meses de intenso trabajo y colaboración internacional estaban rindiendo frutos: varias farmacéuticas comenzaron a anunciar que estaban empezando pruebas en humanos de sus vacunas contra el COVID-19. Pero apenas se hicieron esos comunicados, un grupo que había estado siempre en los márgenes (si es que estaba) de la discusión pública cobró relevancia por la elección presidencial de los Estados Unidos.
Conformada por grupos políticos y “de bases” de extrema derecha —generalmente—, con “padres preocupados” y conspiranóicos, lxs antivacunas comenzaron a ser escuchados por los medios tradicionales y de alcance internacional: como siempre hacen los grupos antiderechos1, comienzan “sólo haciendo preguntas” y señalando estudios desechados por la comunidad científica hace décadas como evidencia de sus “preocupaciones legítimas”.
Empujados al centro de la discusión por un presidente desesperado por votos en una elección que ya sabía perdida, los medios les dieron cobertura, plataforma y espacios que legitimaron y amplificaron sus mensajes. En medio de una pandemia de la que seguimos dimensionando su impacto en la sociedad global, ellos parecían de las pocas personas seguras de lo que decían, y sus esfuerzos cosecharon frutos. Todavía hoy, hay millones de personas que dudan: 1) la eficacia de las vacunas antiCOVID, 2) de la vacunación completa o 3) de que siquiera exista una pandemia.
Vacunas y efectos secundarios
Apenas se comenzaron a liberar las vacunas de forma masiva, los reportes sobre efectos secundarios empezaron a inundar las redes y, con ello, la cobertura mediática. Lxs antivacunas estaban convencidxs que sus temores estaban siendo confirmados y que más gente se sumaría a sus filas.
Desde 2021, AstraZeneca, junto con el Ministerio de Salud de Reino Unido, confirmaron que —además del malestar general que provoca en la mayoría de sus pacientes— podía generar coágulos en muy raras ocasiones y éstos, a su vez, desatar trombosis. Este efecto secundario, según los datos oficiales, se podía desarollar entre cuatro y catorce casos en un millón.
Hace tres años esta información es pública y, de hecho, provocó un retiro masivo de la vacuna en múltiples países, México entre ellos, pero también la Unión Europea, Estados Unidos, Australia y varios países de América Latina. La vacuna sólo volvió a estar disponible hasta que estudios confirmaron la mínima posibilidad de casos, así como que el laboratorio agotó las medidas para reducirla aún más.
Sin embargo, la nota reapareció esta semana, como si la pandemia no hubiera ocurrido.
Medios irresponsables y presión por números
Este lunes 29 de abril, todos los medios publicaron una nota irresponsable, sin contexto y sin tomar en cuenta la posible armamentación de su irresponsabilidad por grupos antivacunas y antiderechos.
En diversas variantes del titular, la nota era que “AstraZeneca admite que su vacuna puede provocar trombosis”, como lo reportó El Universal. Había que leer la nota para enterarse que esa “admisión” se hizo en el contexto de una demanda de reparación de daños, y la gran mayoría de esas notas no cubrían el contexto que di en esta entrega del newsletter.
Cuando hacemos análisis de desinformación, es importante distinguir entre las diferentes formas que toma: no es lo mismo una nota falsa generada para monetizar, que un familiar sin alfabetización digital comparta por preocupación genuina esa misma nota en el chat familiar.
Publicar una nota como la que sacaron la gran mayoría de los medios sigue siendo desinformación: pues la descontextualización provocó un pánico generalizado, y fue rápidamente utilizada como ejemplo de “por qué no se creen en las vacunas”. Incluso si fuera sólo un mame en redes y se postearan memes “sin creer en ellos”, el daño en la confianza pública de medidas para reducir el riesgo es real y lo seguimos viendo en el crecimiento de contagios de enfermedades (no sólo COVID) que ya habían sido controladas o incluso erradicadas por campañas de vacunación efectivas, como el sarampión.
El pánico se puede comprobar con la gente que, después de ver la noticia en redes, buscó en Google más información sobre la vacuna. Pero, por paupérrimo estado actual de los buscadores, es difícil asegurar que las personas que realizaron esas búsquedas obtuvieron información fidedigna y que calmara sus preocupaciones.
Medios sin incentivos para hacer mejor trabajo
Sí, viene la parte de disco rayado de este newletter: los medios no sólo no tienen incentivos para hacer un mejor trabajo, sino todo lo contrario. Todo el ecosistema en el que los medios de comunicación difunden su contenido los obliga a hacer el trabajo que más daño hace a la sociedad.
Tanto las redes sociales como los buscadores y las “estrategias SEO” premian contenidos sesgados y polarizantes, basados enprejuicios y violencias cristalizadas por la sociedad. Que la prioridad de toda redacción sea posicionarse lo más arriba en las búsquedas de Google, o que utilicen el formato que “mayor empuje tiene en redes” es jugar el juego de empresas que, a su vez, tampoco tienen incentivos para mejorar el periodismo.
Incluso las medidas que toman algunos, como la verificación post facto, sigue participando de estas dinámicas, en las que la corroboración (o desmentido, o contextualización) de una nota llega tarde y con una interacción mínima comparada con la nota original.
Si bien es cierto que (por ahora) es imposible salir de las dinámicas en las que las plataformas digitales han sumido a los medios, sí es posible frenar el impulso de publicar por publicar. Si los medios son conscientes de la responsabilidad que tienen al publicar una nota política, ¿por qué deciden activamente ignorarla cuando se trata de la salud, de la integridad física o de los derechos de su audiencia?
No es exagerado decir que los grupos antivacunas son grupos antiderechos: no sólo se alían con otros colectivos antiderechos y tienen ideas muy similares (anti trans, antiLGBT, antimigración, etc), sus posturas ponen por encima de la seguridad e integridad fisica colectiva su “derecho” a no vacunarse, lo que vulnera el derecho a la salud de toda la comunidad y coloca en riesgo real de muerte a personas con condiciones médicas crónicas.