Revictimización y clicks: cómo hacer que la nota roja asesine hasta la memoria de las víctimas
Qué pasa cuando medios optan por el sensacionalismo, aún sabiendo que dañarán a las víctimas y sobrevivientes
Para que el periodismo cambie en México —corrijo— para que las formas como se hace periodismo en México cambien es necesario que haya una fuerte confrontación ciudadana, una serie de terribles decisiones y una historia de constante revictimización tan profunda que requiera marchas y protestas y acción directa para que los medios reconozcan (parcialmente) los sesgos, los errores y las violencias que legitiman en sus espacios.
El brutal feminicidio de Ingrid Escamilla, en febrero del 2020, la filtración de su carpeta de investigación a los mismos “reporteros” de siempre por parte de personal de la Fiscalía y de la policía de la CDMX y las narrativas revictimizantes que repitieron sin cesar todos los medios de comunicación (impresos, televisivos, nativos digitales… todos), generaron protestas no sólo frente a Palacio Nacional, sino contra los medios responsables de la revictimización de Ingrid.
Pero se aprendió poco y la pandemia desmovilizó protestas organizadas, paros feministas y la toma de avenidas por todo el país.
Vinieron luego la hiperespectacularización de los feminicidios de Debanhi Escobar, en Nuevo León, de Milagros Monserrat, en Guanajuato, y de Monserrat Juárez, en la CDMX. A pesar de protocolos de investigación y guías de cobertura “digna” en medios por organizaciones internacionales y esfuerzos de la sociedad civil, en cada uno de los casos se repitieron fallos en el debido proceso muy similares a los ocurridos con el feminicidio de Ingrid: filtraciones, revictimización, violencia digital…
En entrevista para esta entrega del newsletter, Leslie Jiménez, maestra en derecho y coordinadora de proyectos en Impunidad Cero, señaló la difícil paradoja que hemos visto desde hace varios años alrededor de periodismos altamente mediatizados: si un caso no se viraliza y la sociedad no protesta y exige a las autoridades cumplir con su labor básica, no hay avances reales. Esta “necesidad” de que se viralicen coloca a reporteros con nula ética periodística como cadeneros del acceso a la justicia lo que a su vez alimenta la espectacularización y revictimización de estos feminicidios:
Lo cierto es que aquí el factor de morbo es bien importante, entonces eso yo creo que hará bastante complejo que realmente dejemos de comunicar así si hay una relación directa de las autoridades con este tipo de personas que reportan claro que sí son las personas que se filtran la información también hay una cierta, pues por parte de nosotros como esta esta mirada morbosa de esta exigencia de justicia, pero otra justicia, pues no institucional, sino medieval que también fecunda que se siga realizando este tipo de narrativas y claramente, pues también dejamos desde el último lugar a las víctimas al momento de pues estar en medio de este fuego cruzado de opinión y de información.
Por décadas, la nota roja había sido un género de denuncia frente a un Estado que negaba, categórica y constantemente, la violencia que vivía, sufría y sobrevivía a diario la población. ¿Se puede seguir hablando de que cumpla con esa misma “lucha”?
Cuando la historia no perdona el presente
La “nota roja” en México es uno de los temas más investigados alrededor del quehacer periodístico: sus orígenes en el país y la historia del periodismo de crímenes en Europa, su utilización con herramienta crítica frente a un sistema político que negaba la existencia del crimen, la violencia y la corrupción.
Sin embargo, esa historia también fue cooptada (como registraron autores como Carlos Monsiváis desde los años 70): el periodismo de nota roja se convirtió en una herramienta más de propaganda del régimen y de cristalización de prejuicios y violencias sistémicas que, al mismo tiempo, legitiman que sigan ocurriendo en la sociedad.
Aunado a la utilización política del género, los contextos sociales han cambiado a tal profundidad que esas mismas piezas ya no están hablándole a la misma sociedad de hace 30, 20 o incluso 10 años. La crisis de violencia de género, feminicidios y transfeminicidios se interseca con la violencia armada del crimen organizado, como lo ha registrado Impunidad Cero, Intersecta y el trabajo independiente de María Salguero y periodistas de nota roja local.
El país con una de las peores crisis de feminicidios también es el país más violento para ejercer el periodismo: un periodismo que, al mismo tiempo, le ha fallado de forma constante y consistente a las luchas feministas que han exigido coberturas dignas, también, para las muertes violentas y feminicidios de periodistas como Miroslava Breach.
Estos contextos han cambiado por completo la forma como se comportan las redacciones: la mayoría establecieron protocolos de anonimato y protección de periodistas, se desarrollaron redes de apoyo internacional y local, y, como escribe Marcea Turati en Ya no somos las mismas, hasta equipos de contención y tratamiento de estrés postraumático para las mujeres periodistas y activistas que han vivido en carne propia amenazas, violaciones y censura… Sin embargo, el quehacer periodístico no ha cambiado.
No han cambiado las directrices de jefes de información de medios nacionales y digitales de seguir cubriendo la nota roja, o de seguir reportando como “crimen pasional” un feminicidio. La venta de ejemplares, los clicks y el rating siguen siendo prioridad incluso por encima de quienes hacen la noticia, ya ni hablar de quienes son la noticia: las víctimas, sus familias, lxs sobrevivientes.
Los cambios desde dentro: combatir la violencia
Las exigencias de las cabezas en los medios no son lo mismo a las personas que trabajan en las redacciones: por lo general, conformadas por jóvenes recién egresadxs de carreras como Comunicación, Periodismo o Letras que tienen plena consciencia de los fallos profundos que el periodismo y los medios han cometido y siguen sin resolver.
Muchas de esas personas jóvenes han comenzado a formarse en formas más críticas de hacer periodismo cotidiano1, y están buscando cursos, talleres y redes para formarse como periodistas críticxs incluso de los mismos medios en los que laboran.
Periodistas consagradas y con amplísimas carreras, como la ya mencionada Turati, Daniela Rea o Laura Sánchez Ley, constantemente le recuerdan a sus lectorxs, alumnxs y periodistas a cargo que, como dijo Sánchez Ley en una mesa de la edición de este año de la RedLATAM: “ya no jueguen al héroe, su vida no vale una nota”.
Combatir la violencia feminicida también ha sido un trabajo complejo dentro de las redacciones, generalmente centralizadas y masculinas, donde manuales como Spotlighj o guías de lenguajes no revictimizantes son ignoradas por la mayoría de los periodistas.
Hay un periodismo de lo posible: pero cada vez es más imposible verlo en los medios.
Por “periodismo cotidiano” me refiero a la generación de notas rápidas pensadas para alimentar estrategias de agregación de contenidos para optimización de motores de búsqueda y para redes sociales, como Facebook y Twitter (X). Mucho de este contenido para redes sociales, debido a los cambios ejecutados por las plataformas en los últimos seis meses, se han movido hacia video con la misma exigencia de cantidad y “popularidad” por encima de cualquier calidad o profundidad periodística.