Círculos de clicks y odio: el caso de Piñatería Ramírez
Qué pasa cuando medios sin ética se cruzan con odiantes con hambre de fama
Hay personajes que siempre se cubren en los medios de comunicación por nada más que por la atención que generan: Alfredo Adame, “psíquicas”, Laura Bozo… personajes (más que personas) que han sabido capitalizar una fama incipiente en algún espacio menor, para convertirlo en una carrera redituable a partir del escándalo amplificado por la cobertura mediática gratuita.
Hay otros que son casos más complejos: no tienen presencia real en redes sociales, no conocemos sus rostros incluso, pero sí las acciones que los medios plataforman, que son una combinación curiosa entre shitposting y memes. Piñatería Ramírez es uno de estos personajes extraños que han sabido explotar la atención mediática atravesada por las redes sociales.
Piñatería Ramírez opera más como una cuenta troll que despotrica contra cualquier grupo históricamente vulnerado, lo “políticamente correcto” y que Facebook constantemente le bloquee su cuenta por violar las Normas de Uso de la plataforma… Pero eso no frena a cientos de medios para publicar su última creación que, cuando son más exitosas, se trata de una burla a un grupo vulnerado.
La piñatería y los medios han desarrollado una relación simbiótica: en la urgencia de contenido de alta interacción y fácil de hacer, los medios priorizan este tipo de discursos y personalidades y ellos, a su vez, publican contenido cada vez más radicalizado y violento para “superar” lo que ya han hecho.
En esta entrega, analizaré este caso en particular porque la evolución en la cobertura de la cuenta de la piñatería y de su cobertura mediática nos dan pautas claras sobre cómo opera esta relación.
Influencers, trolles o estafadores
Taylor Lorenz, en su libro Extremely Online, traza la historia de los creadores de contenido en redes sociales: cómo la cobertura ambivalente entre desprecio y atención constante estuvieron representadas desde un inicio en blogs sobre maternidad a principios de los 2000.
Lorenz muestra una y otra y otra vez cómo cada plataforma tuvo que adaptarse a las formas como los usuarios la utilizaban, alejadas por completo del diseño original de los creadores de las redes:
Mientras que la mitología alrededor de Silicon Valley protagoniza a hombres jóvenes que pueden ver el futuro mejor que cualquier otra persona, lo que ha demostrado el crecimiento de redes sociales fue que casi todos esos jóvenes estaban equivocados. Cada uno construyó una plataforma con la confianza de que haría una cosa mejor que cualquier otra sólo para ser redirigida y rescatada por una comunidad de usuarios creativos. (87, la traducción es mía)
Una de esas soluciones creativas dentro de las redes fue, desde su génesis, la difusión de discursos violentos: en Buzzfeed rápidamente aprendieron que las publicaciones sobre temas “polarizantes” disparan interacciones y, con ello, el alcance de una página en Facebook.
A veces, esa polarización es inocua y sólo deja chistes y memes medianamente inofensivos, como ocurrió en 2015 con el vestido blanco y dorado (o azul y negro) que rompió récords… A veces, las más de las veces, se trata de temas sociales que atraviesan derechos básicos de grupos vulnerables.
Plataformas como Twitter y TikTok tienen imbuido en su diseño de plataforma (o, más bien, con el paso de los años han incluido en él) la discusión “abierta”, es decir, formas para que lxs usuarixs se mantengan el mayor tiempo posible dentro de la plataforma, aun si eso —como se ha demostrado con estudios internos e independientes— afecta la calidad de vida de quienes utilizan la plataforma.
Las cuentas de Twitter y Facebook de Piñatería Ramírez dejaron de ser, desde hace mucho, las páginas de promoción de un negocio familiar en Reynosa, Tamaulipas: son cuentas de rage-bait que, más que promocionar su trabajo o invitar a clientes a conocerlos, se han prendado de cualquier controversia de Internet que atraviese a minorías.
A partir de un análisis histórico de la cobertura que se le ha dado a la piñatería desde el 2020, es claro que la página ya apostaba por publicaciones “polémicas” de espectáculos: piñatas de Christian Nodal y Belinda, de Alfredo Adame y la muerte de Cepillín… En estas épocas, la cobertura se había mantenido local: medios regionales consolidados y pequeñas cuentas informativas del país.
Todo cambió a finales de agosto del 2021, cuando un video de 12 segundos grabado de una clase de preparatoria en línea se viralizó gracias a personajes como Chumel Torres y desencadenó el acoso digital contra una persona nb menor de edad.
Como analicé en el informe Polarización y transfobia: Miradas críticas sobre el avance de los movimientos antitrans y antigénero en México, el acoso selectivo y el discurso de odio contra Andra Escamilla fue el primer momento en México en el que todas las condiciones se sumaron para que medios sin asomo de ética —y oportunismo de parte de los que dicen tenerlo— magnificaran un caso de violencia anti-trans y, a su vez, cuentas de acoso, como la piñatería, se sumaran a la campaña.
Primero fue el video, pero en cuanto la cuenta de Facebook de la piñatería publicó su burla, llegó otro ciclo informativo, con la respuesta de Andra, amenaznado con demandar. La combatividad de quien maneje la página del negocio se disparó a partir de ese momento y cada que hay una crítica, se redobla en agresividad.
De la agresión contra Andra aprendieron que, más que los espectáculos, sus burlas hechas piñata son efectivas cuando se dirigen contra grupos vulnerados que tienen el atrevimiento de exigir un freno a las agresiones en redes sociales.
Según la taxonomía de Lorenz de influencers y creadores de contenido, con la que abría este apartado, quienes manejan la cuennta de la piñatería no son influencers, ni siquiera crean contenido: son abierta y explícitamente una cuenta que representa un riesgo real para las personas a las que hace objeto de burlas.
Este tipo de interacciones no le ha servido a la piñatería para ampliar sus contratos, mejorar su mercancía o hacer campañas más amplias (como sí lo hacen creadores de contenido y estafadores de la derecha digital estadounidense): es más, la fama se ha convertido en un problema, pues han subido precios de sus creaciones sin respaldar la calidad, lo que ha generado quejas de sus clientes.
Como ocurre siempre con este tipo de cuentas, constantemente tienen contenido borrado por violar normas comunitarias, pero siguen teniendo sus cuentas y los medios no van a dudar un instante en seguir amplificándolas, sin importar cuán abiertamente llamen a la violencia física contra personas trans.
Medios y redes: Alimentar el monstruo para mantener relevancia
Como he escrito en múltiples ocasiones, los medios de comunicación tradicionales (y muchos pequeños 100% digitales) han abandonado por completo su responsabilidad social y ética y han cambiado sus estrategias de comunicación y producción hacia alimentar plataformas de distribución que constantemente los ponen en crisis.
Redes que antes priorizaban el contenido de medios masivos, hoy han reducido su impacto y han generado severas crisis dentro de éstos: Facebook y Twitter son ejemplo claro.
Hoy, una publicación “viral” en FB no recibe ni la décima parte de interacciones que recibía hace diez años y quienes hacen las estrategias digitales, en vez de planear otras formas de atraer a lxs usuarixs de la red, han optado por contenido más violento y polarizante, que daña activamente la discusión pública sobre el estado de nuestra sociedad.
A estos cambios en los algoritmos de recomendación (y en los “modelos de negocio” de las redes sociales), se le debe sumar la creciente explotación y vulnerabilidad de las redacciones digitales en estos medios: jóvenes recién egresados de sus carreras, sin formación efectiva ni capacitación, con salarios cada vez más precarios y mayores responsabilidades, trabajan turnos de hasta 12 horas sin ninguna prestación o en formatos de contratación ilegales.
La mayoría de las redacciones y equipos de redes no tiene filtros editoriales y optan por lo que “pueda irle mejor”: es decir, contenido violento de asaltos (que no rompa las normas de comunidad), y discurso de odio antiLGBT. Esta atmósfera de constante producción sin filtros, por otro lado, también puede ser explotada por redactores, editores o CMs con agendas anti derechos puedan estar dando plataforma con pleno conocimiento de los efectos que tendrá el discurso de odio.
Piñatería Ramírez funciona, en esta coyuntura, como un generador de contenido que, saben, tiene alta interacción, sin el menor reparo por el daño y la muy real violencia que pueden alimentar para las personas señaladas y para toda la comunidad.
Quien administra la cuenta de la piñatería bien puede creer firmemente que las falacias y amenazas que publica en todo momento son sólo su derecho a la libre expresión, pero un medio debería de tener, como mínimo, la obligación de no difundir discursos de odio.
Necesitamos mejores medios, corrijo: necesitamos con urgencia periodistas digitales que no sólo entiendan cómo operan las redes sociales, pero también cómo grupos de odio y personalidades con hambre de fama sin otra cosa que aportar van a explotar el diseño de estas plataformas para posicionar el odio.
Y, como he dicho en incontables ocasiones, necesitamos medios que dejen de priorizar un algoritmo sobre las audiencias.