Crónica de la transfobia mediatizada: El deja vú del discurso de odio
Hace casi un año, una boxeadora mediocre inició el rumor de que la contrincante que casi la noquea era una mujer trans. Y volvió a pasar.
Todo el día se ha sentido como un día que ya viví: una boxeadora que no sabe perder llora frente a cámaras, insinúa algo que no termina de decir, y los medios y las redes comprenden el guiño, desencadenando una ola de violencia transfóbica contra una mujer cisgénero que ni siquiera pudiera competir por su país si, de hecho, fuera una mujer trans.
Hace un año escribía desde la sala de edición de la televisora en la que trabajaba una pieza sobre lo que ya estábamos descubriendo quienes no creímos en la versión de la perdedora (que fue la que tomaron todos los medios nacionales). Hace un año, ningún medio reconoció que la malgenerización haya sido un error de sus redacciones, y, como escribía, ignoraron las exigencias de publicar fe de erratas, se lavaron las manos diciendo que “versiones en redes” nombraron a Imane Khelif una mujer trans y siguieron replicando violencias y discursos de odio a cambio de un pequeño incremento en sus visitas a sitio y alcance en redes sociales.
Esta vez, la boxeadora fue la misma, el comentario de la perdedora fue el mismo, pero el impacto fue mucho mayor, y tanto en medios como en redes sociales, a pesar de que se sabe la cisgeneridad de Imane, la mentira persistió a lo largo de todo el día.
Mientras estoy escribiendo esto, el tema sigue posicionado en las tendencias de Twitter y es uno de los términos más buscados en Google. Pareciera que para los millones de personas que están escribiendo —y buscando— sobre Imane, lo que menos importa es la veracidad de las “acusaciones”1, sino la legitimidad de sus opiniones, no sustentadas en hechos incontrovertibles, sino en interpretaciones que parten de una mentira de dos fases: Imane es, en realidad, un “hombre compitiendo contra mujeres” y, por lo tanto, es un ejemplo del riesgo real que las personas trans, específicamente las mujeres trans, representan para las mujeres “biológicas”2.
Mientras que las personas individualmente tienen el ¿derecho? de creer lo que quieran —incluso si creen en ideas violentas que pueden justificar crímenes de odio—, los medios tienen supuestamente una responsabilidad social y un deber ético para con su audiencia.
Por ello, necesitamos revisar con cuidado cómo es que medios de alcance nacional decidieron cubrir este ataque digital contra una boxeadora racializada que ya había sido señalada por esos mismos medios.
Me enfocaré principalmente en sus publicaciones en redes sociales por dos razones: primero, este tema lo están retomando de redes, con las mismas opiniones y sesgos de las publicaciones que rescataron en el cuerpo de sus notas, y, segundo, porque el alcance que tienen los medios en sus plataformas de redes sociales nunca está al nivel de su tráfico en su sitio web: si una publicación de El Universal llega a 2 millones de personas, menos del 0.01% de esas cuentas van a dar click a la nota. Si “el medio es el mensaje”, el copy en redes sociales suele tener mucho mayor impacto para informar a las audiencias que el texto. Al mismo tiempo, debido a la limitación de caracteres, resulta bastante transparente cuál es la intencionalidad del medio y el foco, tanto de audiencia como temático, que se tiene con el artículo.
Cómo llegamos aquí
Como escribía en Polarización y transfobia, la cobertura mediática de temas LGBT+ en México tiende a seguir un camino específico y bastante regular: medios de extrema derecha y personalidades antiderechos en redes sociales publican algo descontextualizado y sólo es cuestión de tiempo para que medios nacionales la retomen con todos los sesgos de esos personajes.
En el caso de la noticia de Imane Khelif, todo comenzó desde cuentas transfóbicas en Estados Unidos e Inglaterra, que retomaron la pelea del 2022 entre Imane y la boxeadora mexicana.
La victoria de Imane en la noche del 31 de julio disparó los tuits al respecto, luego de que su contrincante, la italiana Angela Carini, se rindiera a los 46 segundos de comenzada la pelea y tras haber recibido solo un golpe al rostro de Khelif.
Luego de su derrota, su entrenadora y ella dieron una conferencia de prensa donde Carini dijera que “nunca había recibido un golpe tan duro”. Sin hacer mención directa a la “sospecha” de la falsa transexualidad de Khelif, la entrenadora replicó información falsa y sesgada del examen que la descalificó en el 2023 del mundial de boxeo amateur en India.
Para ese momento, personajes como J.K. Rowling ya estaban publicando al respecto y sólo era cuestión de tiempo para que la noticia fuera retomada, con las mismas mentiras y transfobia, por los medios nacionales.
Desde El Universal hasta medios supuestamente “críticos”, como Proceso o Aristegui Noticias replicaron dos narrativas que voy a analizar a continuación: 1. Dar por sentado (con una distancia editorial diciendo que “acusan en redes”) que Imane es trans, y 2. Considerar que hay una “polémica” alrededor de su identidad de género, ambas atravesadas por estrategias de ragebait y desinformación que no sólo ponen en evidencia la prioridad de estos medios, también la nula preocupación que tienen por la ética periodística y “la verdad”, que siempre repiten hasta el cansancio.
1. Las redes “acusan” que Imane es trans (pero nadie verificó nada)
A las primeras horas del día, había menos información de la que tenemos ahora. Pero eso no evitó que un medio que ya el año pasado cayó en la misma narrativa malgenerizante contra la misma persona reiterara el error: Aristegui Noticias fue de los primeros medios en publicar en redes las primeras notas falaces.
Ni Aristegui, ni ningún otro medio deportivo mexicano estaba partiendo de cero, como ya he repetido, un año antes hicieron exactamente lo mismo, y sólo Animal Político republicó (y actualizó) su nota desmintiendo la identidad trans de Imane, al mismo tiempo que rescataba el contexto de lo ocurrido en el 2023.
Sólo tomó un par de horas para que el mismo medio publicada un “desmentido” sin reconocer ninguna responsabilidad en lo ocurrido:
Pero junto con “las versiones de las redes” se iba entreverando otra narrativa: al no poder negar que Imane es una mujer cisgénero, esas versiones se convirtieron en una “controversia” y “polémica”: eso permite que, por un lado, los medios mantengan cierta posibilidad de negar que replican información falsa, y seguir sumando contenido a algo que debería de ser evidente que lo es.
2. La identidad de alguien es una “polémica”
Las “discusiones” en redes sociales se aceleraron y tuvieron alcance global: millones de tuits estaban discutiendo la identidad sexogénerica de una persona, atacándola por una identidad que ni siquiera le corresponde o se nombra como tal.
Esta narrativa, incluso, fue abrazada por organismos de periodismo que, ante lo que no tiene otra forma de nombrarse más que como una ola de acoso y hostigamiento digital, decidieron invisibilizar la violencia y nombrarla “polémica”.
Además de invisibilizar la violencia, este tipo de marcos narrativas liberan de cualquier responsabilidad a los medios que la replican: no son ellos los que están replicando desinformación, sino “los usuarios en redes que están debatiendo”, y pone, también, como factual e ideológicamente equiparables los “dos bandos” de una discusión que iba alrededor de respetar la identidad de una persona o no sólo “acusarla” de no ser quien dice que es, sino que por ello tiene una ventaja ilegal en la competición para la que se ha entrenado toda su vida.
4. El ragebait como herramienta antiderechos
Las redes sociales están diseñadas para mantenernos pegadxs a ellas: cada una recurre a diferentes estrategias y pone atención en diferentes partes de la experiencia social de sus plataformas.
Pero todas tienen en común que incentivan contenido altamente “polarizante”, pues han demostrado vez tras vez que es mucho más efectivo para mantener la atención de sus usuarixs, aún a costa de la radicalización de muchxs de ellxs.
En temas de alta polarización, como los derechos y mera existencia de las personas trans, esta estrategia se traduce en preguntas abiertas al público, guiños transfóbicos y preguntas que responden simplemente con un sí o un no dentro de la nota, pero que sirven de gancho para que lxs usuarixs sigan el link.
Poco les importa cultivar una comunidad de transodiantes y personas que constantemente publican violencias contra la comunidad LGBT+ y otros grupos vulnerados.
A lo largo de este día eterno, lo menos importante para los medios que no han soltado el tema (pero tampoco para lxs usuarixs más insistentes) ha sido la verdad: lo complejo y enredado de las políticas del binarismo de género en las Olimpiadas o el creciente conflicto entre el Comité Olímpico Internacional y la Asociación Internacional de Boxeo (que es analizado a profundidad en este artículo) .
Tampoco ha sido realmente relevante la “defensa” de las mujeres deportistas o los deportes practicados por mujeres, pues están atacando y buscando demeritar la victoria de una mujer cisgénero sólo porque no cumple las expectativas (blancas y colonizadoras) de la feminidad: lo verdaderamente urgente ha sido, por un lado, negar la victoria por mérito propio a una mujer racializada y, por el otro, dejar en claro que las personas trans no tienen derecho a existir en un espacio de alcance internacional.
“Nos están negando hasta el nombre”
En esta pieza no busqué desmentir, sino tratar de ir un poco más allá: no podemos seguir un paso atrás, respondiendo a los discursos y narrativas antiderechos sólo con datos y desmentidos.
Es vital que comprendamos cómo operan los medios, por qué y cómo es que normalizan los discursos de odio para convertirlos en nada, unos clicks, un poco más de alcance de sus cuentas de redes sociales. También tenemos que entender cómo es que estas redes monetizan y armamentan incluso nuestra respuesta a estos ataques, y, más importante, ser clarxs de que esto no ocurre (sólo) por ignorancia: como escribe Judith Butler en su último libro, Who’s Afraid of Gender?, tenemos que entender por qué le tienen tanto miedo al género, a lxs que nos nombramos fuera del sistema binarista y biologicista que buscan imponer con leyes draconianas, violencia y presión social y digital.
Algo que tanto Imane Khelif, Caster Semenya, Dutee Chand o Santhi Soundajaran han experimentado de la misma forma que las personas trans es la negación constante del derecho a la identidad: no tenemos derecho a nombrarnos por nosotrxs mismxs, sino que tenemos que “pasar” exámenes que garanticen y certifiquen nuestra identidad y nuestras experiencias vividas. No tenemos derecho, tampoco, a la privacidad, pues estas discusiones existen por sobre nosotrxs, a pesar de nosotrxs y aún sin nosotrxs.
Como escribe Butler:
Fabricar miedo para despojar a las personas trans de su derecho a la autodeterminación es mobilizar el miedo de tener la propia identidad sexogenérica anulada para poder anular la identidad de lxs otrxs.
Nos quieren sin nombre, nos quieren sin encontrarnos. Pero aquí estamos. Aquí siempre hemos estado.
No fueron pocos medios que replicaron esta narrativa: Carini, la boxeadora italiana, “acusa” a Khelif de ser mujer trans, lo que normaliza el discurso de odio de considerar que ser una persona trans es, inherentemente, un delito o una anormalidad que se señala como un delito.
Voy a dejar muy claro esto: el término “mujer biológica” es un guiño transfóbico utilizado por el feminismo transexcluyente para evitar decir “cisgénero”. Para ese feminismo, las mujeres “sólo son”, mientras que las mujeres trans son “fabricadas”.